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Juan Carela

Qatar los desequilibrios del país más rico mundo



  • “porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad…Filipenses 2:13…Con la renta per cápita más alta del mundo junto a Luxemburgo, el emirato de Qatar aúna una imagen próspera con un crecimiento que alberga profundos desequilibrios. 
  • Qatar financia proyectos educativos en todo el mundo pero tiene una clase obrera cuya situación fue descrita como “trabajos forzados” por Human Rights Watch. 
  • Su reforma constitucional quiso darle la apariencia de una monarquía parlamentaria pero el poder del emir prevalece sobre cualquier tribunal o parlamento

    • Denuncian abusos y explotación de trabajadores nepaleses en CatarDenuncian abusos y explotación de trabajadores nepaleses en Catar

    Catar
    En 1940, Qatar era poco más que una planicie desértica y estéril con temperaturas que entre mayo y septiembre oscilaban entre 45 y 50 ºC. Por entonces, los británicos ya llevaban cinco años haciendo prospecciones petrolíferas pero hasta 1950, los qataríes no comenzarían a producir petróleo en cantidades comerciales. Como el resto de los países de su entorno, Qatar es rico en petróleo, pero este emirato independiente tenía una sorpresa mayor en su interior. A mediados de los años noventa empezó a explotar los depósitos de gas de su subsuelo encontrando que se trataban de los terceros más importantes del mundo – después de los rusos e iraníes – en un país de 11.500 kilómetros cuadrados, sólo un poco mayor que el Principado de Asturias.

    A principios del siglo XXI Qatar sigue siendo una planicie desértica con temperaturas que llegan a los 50 ºC pero ahora todos los hogares cuentan con potentes aparatos de aire acondicionado. La arquitectura desafía al calor abundando en el cristal, con obras faraónicas y costosísimas firmadas por los más prestigiosos arquitectos del planeta y en el horizonte siempre se alza la figura de una grúa mostrando que la ciudad está aún en construcción, en pleno despegue. 

    Qatar tiene junto a Luxemburgo el PIB per cápita más alto del mundo, superando los 106.000 dólares por qatarí, más del doble que Estados Unidos o Alemania, más del triple que España y cinco veces el PIB per cápita de Portugal. En este dato hay cierta trampa porque se contabiliza el total de la población qatarí, que es algo superior a los dos millones, incluyendo la gran bolsa de trabajadores extranjeros que viven en condiciones que serían consideradas menos que precarias en Europa. Si se contabiliza sólo al 18% de la población autóctona el PIB per cápita estaría en torno a los 600.000 dólares anuales por qatarí, una media que no anda muy alejada de la realidad. 

    Debido a su gran crecimiento económico, Qatar ha vivido dos grandes procesos de inmigración, siempre vinculados al negocio energético. Entre finales de los setenta y principios de los años ochenta, con la creación en 1976 de la Qatar General Petroleum Corporation (QGPC), compañía en torno a la cual tendría lugar el proceso de nacionalización del crudo, tuvo lugar una llegada masiva de inmigrantes. Qatar pasaba por un período de fuerte industrialización y atrajo multitud de mano de obra para sus fábricas, sobre todo palestinos, pakistaníes e iraníes, que llegaron en oleadas y se contaban por decenas de miles. Qatar pasó de tener 182.000 habitantes en 1977 a más de 300.000 en 1983. 

    En la década de los noventa, con el hallazgo de grandes bolsas de gas y el proceso de modernización y despegue económico que coincidió con la llegada al poder de Hamad Al-Thani, el país vivió una segunda etapa de acogida de inmigrantes que se disparó a comienzos del nuevo milenio. De 600.000 habitantes en 2001 se ha pasado a más de dos millones en la actualidad. La mayor parte de la inmigración en esta segunda oleada procede del sur de Asia – India, Filipinas, Bangladesh… – y llega para trabajar en la construcción y los servicios. Por poner un ejemplo, el país tiene de media una empleada doméstica por cada dos qataríes. Además, su tasa de desempleo juvenil es del 1,3% y sólo del 0,4% entre los hombres. 
    Esta llegada masiva de inmigrantes ha conseguido triplicar la población del país en sólo una década y ha cambiado radicalmente su estructura poblacional. Hoy, sólo el 18% de los habitantes de Qatar son autóctonos y hay cierto desequilibrio entre hombres y mujeres porque la gran mayoría de los inmigrantes son varones que trabajan en la construcción. 

    Qatar es un país muy agradecido con el trabajador cualificado pero tremendamente despiadado con el obrero, que además es extranjero en el cien por cien de los casos, por lo que a menudo es chantajeado con la deportación si no acepta sus miserables condiciones de trabajo. En general, más del 90% de los puestos de trabajo del sector privado en Qatar están ocupados por personal extranjero. Los qataríes trabajan mayoritariamente en el sector público y sólo acceden al sector privado para trabajar en bancos o en petroleras. Entre la población autóctona qatarí no existe la clase obrera. 

    La población extranjera es literalmente una casta inferior en Qatar. Sólo pueden quedarse cinco años en el país y deben ganar 2.000 euros al mes para que puedan reagrupar a sus familias. Al haber tantos trabajadores ‘solteros’ la población del país está muy desequilibrada, en una proporción de cuatro varones por cada hembra. Sin embargo el ocio está dirigido precisamente a esa minoría autóctona y casada, estableciendo en ocasiones la diferencia con jornadas ‘para familias’ en centros comerciales y restaurantes. 
    Human Rights Watch considera que la clase obrera qatarí realiza “trabajos forzados”, una consideración apoyada por Amnistía Internacional, que acaba de pedir que se ponga fin a la explotación laboral, instando a las empresas occidentales – incluidas algunas españolas, como OHL Construcción – a que vigilen y se comprometan a respetar los derechos humanos. “Es sencillamente inadmisible – afirmaba el secretario general, Salil Shetty – que en uno de los países más ricos del mundo se explote de forma despiadada a tantos trabajadores migrantes, se los prive de su salario y se los aboque a intentar sobrevivir”. En realidad no suelen ser las grandes empresas, sino otras medianas que estas subcontratan las que incurren en los mayores abusos. 

    Amnistía Internacional apunta actitudes más o menos comunes como retener los pasaportes de los trabajadores para que no puedan salir del país o no gestionar sus permisos de residencia, de modo que queden expuestos a la deportación. Incluso asegura en el resumen de su informe que su equipo de investigación escuchó a un gerente de una empresa de construcción referirse a los trabajadores como “animales”.

    El 10% de los obreros dedicados a la construcción, en su mayoría en obras destinadas al Mundial de Fútbol de 2022, han quedado discapacitados y la tasa de mortalidad es más que considerable. El diario The Guardian estimaba hace unas semanas que las obras del Mundial podrían costar la vida de 4.000 trabajadores, según datos aportados por la Confederación Sindical Internacional, que contabilizaba una media de doce trabajadores muertos a la semana y 600 al año – hasta el Mundial de 2022 – debido a la ausencia de medidas de seguridad y las jornadas de doce horas y siete días a la semana que muchos trabajadores desarrollan, sin importar que las temperaturas en verano lleguen a los 50ºC. 
    Un ciudadano qatarí, por el mero hecho de serlo, tiene derecho a subsidios de desempleo, tiene acceso a un empleo estatal, a una concesión de tierra, al consumo gratuito de luz, agua y petróleo y a una educación universitaria igualmente subvencionada. Por su parte, un trabajador extranjero no tiene derecho ni siquiera a asociarse sindicalmente para ganar fuerza a la hora de denunciar los abusos. 

    ¿Monarquía parlamentaria?


    Dentro del ánimo reformista del emir Hamad Al-Thani estaba el objetivo de convertir Qatar en algo parecido a una monarquía parlamentaria, con una supuesta separación de poderes y el poder real por encima de todos ellos de una forma más o menos velada. Antes de sus intentos de reforma política, el poder del emir coexistía con un Consejo Consultivo cuyos 35 miembros eran elegidos discrecionalmente por el propio emir y por tanto su perdurabilidad en el cargo dependía de su divina voluntad. La Constitución preparada por Hamad Al-Thani venía a cambiar esto en cierto grado, aunque al final fue menos reformista de lo esperado. 

    Qatar aprobó su Constitución por referéndum popular en 2003, fue sancionada por el emir en 2004 y entró en vigor en 2005. La Carta Magna prevé que 30 de los 45 miembros del Consejo Asesor sean escogidos por sufragio universal, mientras que los otros 15 son designados por el emir. El Consejo Asesor o Consultivo tiene potestad para promulgar leyes, aprobar el presupuesto y controlar y censurar la labor de los ministros, aunque estos son designados por el emir, que tiene además derecho de veto sobre toda acción legislativa y ejecutiva. 

    La Constitución qatarí consagra en buena medida las libertades públicas y civiles de los ciudadanos, su derecho a la libertad de culto y a la información y el derecho de las mujeres a votar y ser votados, si bien todos estos derechos están al final supeditados a la acción del emir como se demostró con la sentencia al poeta Mohamed Ibn Al-Ajami, cuyo juicio por injurias a la corona difícilmente podría compararse con los derechos y las garantías de que gozamos en cualquier país occidental. En cuanto a la Justicia, la Constitución prevé un poder judicial independiente, aunque la ‘Sharia’ queda establecida como principal fuente de legislación.    

    Otro golpe a la independencia judicial vino en el juicio celebrado en octubre de 1999 contra los 117 encausados por la intentona golpista de 1996 patrocinada por el padre del emir – derrocado por su hijo en 1995 –. La Corte Suprema absolvió a 85 de ellos y dictó condenas para los otros 32, unas penas que al emir le parecieron irrisorias, activando los mecanismos necesarios para revisar el juicio y lograr que la Corta de Apelaciones dictase 19 penas de muerte, 20 cadenas perpetuas más y sólo 32 absoluciones. 

    Con todo, Qatar es uno de los países más liberales del Golfo Pérsico poniendo en práctica lo que se conoce como ‘soft power’ o poder blando, aunque no puede calificarse en ninguna medida como país democrático. Qatar tolera el alcohol – aunque sólo en lugares turísticos o para extranjeros – y permite ciertas libertades a las mujeres como conducir y votar. En Qatar, el 40% de la población activa son mujeres, que ya ocupan cargos preeminentes en las universidades y los tribunales pero a las que aún se les resiste la política. La jequesa Mozah fue muy importante en estos avances ‘feministas’, que son considerables para un país musulmán pero que están muy lejos de los estándares occidentales. 

    La mayoría de los qataríes profesa el culto wahabí, una versión rigorista del Islam sunita que gracias a la acción del emir se ha suavizado en muchos aspectos, permitiendo por ejemplo, la existencia de una catedral católica. En cualquier caso, la pena de muerte sigue vigente, sobre todo para delitos contra el estado – traición, espionaje –, aunque también para la apostasía, castigada con la pena capital, si bien no se han dado casos en la historia moderna del país.   Para  que reciba cada artículo que se publica y todas las informaciones que necesite. 
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