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Juan Carela

Historias de Grandes Avivamientos – El genuino avivamiento afecta a la sociedad – Charles Finney

 

 

“Los amigos de Rochester estaban muy ansiosos por contar con mi presencia -con lo de amigos me refiero a los miembros de la Tercera Iglesia Presbiteriana. Al haberse quedado sin pastor sentían estar bajo gran peligro de disgregarse, y quedar aniquilados como iglesia, a menos que algo se hiciera para reavivar la religión en medio de ellos. Con tantas invitaciones urgentes provenientes de tantos puntos, me sentí como en muchas ocasiones me he sentido: grandemente perplejo… al anochecer un gran número de hermanos líderes, en cuya sabiduría y oraciones tenía mucha confianza, se reunieron conmigo– esto a petición mía– para consultar y orar acerca cuál debía de ser mi siguiente campo de labores. Expuse ante ellos los hechos acerca de Rochester, según los conocía, y los hechos notorios con respecto a los otros importantes campos a los que había sido invitado. Para ellos Rochester era el menos atractivo de todos.

Después de discutir el asunto por completo, y de sostener varios momentos de oración intercalados con nuestra conversación, los hermanos dieron sus opiniones acerca de lo que ellos consideraban que era sabio y que debía de hacer. Unánimemente fueron de la opinión de que Rochester era un campo de labores muy poco atractivo en comparación con Nueva York o Filadelfia… Para aquel entonces esta misma era mi impresión y mi convicción; así me retiré de la reunión, habiendo, según supuse entonces, decidido no ir a Rochester sino a Nueva York o Filadelfia… Sin embargo, cuando me retiré a mi hospedaje el asunto se presentó ante mi mente de una forma distinta. Algo parecía cuestionarme–“¿Cuáles son las razones que te impiden ir a Rochester?” Aunque podía enumerar las razones, venía a mí la pregunta: “Pero, ¿son esas buenas razones? Ciertamente eres más necesario en Rochester por causa de todas aquellas dificultades. ¿Rechazas el campo porque hay tantas cosas que necesitan ser corregidas, por que hay demasiadas cosas que están mal? Si todo marchara bien, entonces no serías necesario”.

Pronto llegué a la conclusión de que todos habíamos estado equivocados; y que las razones que nos habían determinado en contra de ir a Rochester, eran en realidad las razones más válidas para justificar mi presencia en el lugar. Concluí además que era más necesario en Rochester que en cualquier otro de los campos que se me habían abierto en aquel entonces. Me sentí avergonzado de haber tenido en poco el tomar la obra por causa de las dificultades; pues tenía la fuerte impresión en mi mente de que el Señor estaría conmigo y de que Rochester era definitivamente mi campo de trabajo.

Para aquel entonces había en Rochester una escuela superior presidida por un señor de apellido Benedict… Este señor Benedict era escéptico, pero estaba a la cabeza de una escuela superior muy grande y floreciente. Siendo que a esta escuela asistían los dos sexos, una señorita de apellido Allen le servía como asistente y asociada. Esta señorita era cristiana. Los estudiantes asistían a los servicios religiosos, y pronto muchos de ellos mostraron profunda ansiedad por sus almas. Cierta mañana el señor Benedict se encontró con que ninguno de sus alumnos podía recitar lo aprendido. Cuando les pedía que se pusieran de frente para la lección, los jóvenes estaban tan ansiosos por sus almas que lloraban. El ver el estado en el que se encontraban los estudiantes le confundió mucho. Llamó a su asociada femenina, la señorita Allen, y le dijo que los jóvenes se encontraban tan ansiosos por sus almas que no les era posible recitar y le preguntó sino sería mejor llamar a Finney para que les diera instrucción. Más tarde la señorita Allen me informó de la situación y me dijo que se sintió muy contenta de que haya sido él quien levantara la cuestión y que ella le había aconsejado de forma muy cordial que enviaran por mí. Así lo hizo el señor Benedict, y el avivamiento tomó un poder tremendo en aquella escuela. Pronto el mismo señor Benedict quedó convertido, y de hecho casi todas las personas en aquella escuela se convirtieron también. Hace unos pocos años la señorita Allen me informó que unas cuarenta personas de las convertidas en aquella escuela se hicieron ministros. No estoy seguro, pero ella también afirmó que más de cuarenta se habían vuelto misioneros en el exterior. Este es un hecho que yo no conocía anteriormente. Ella me nombró a algunos de ellos de aquel entonces, y de cierto una buena porción se habían hecho misioneros en el exterior.

Este avivamiento produjo un gran cambio en el estado moral y en la historia subsecuente de Rochester. La gran mayoría de los hombres y mujeres líderes de la ciudad se convirtieron en aquel entonces. También ocurrieron una gran cantidad de incidentes impactantes que no puedo dejar de lado… cada noche yo había estado apelando a la congregación y llamando a aquellos que estaban preparados para entregarle su corazón a Dios y mucha gente se convertía cada vez.

Aún no he hablado mucho acerca del Espíritu de oración que prevaleció en este avivamiento. Cuando estaba de camino a Rochester, a medida que pasábamos por una villa a unas treinta millas al este de nuestro destino, un hermano ministro a quien conocía, al verme a bordo del bote del canal, se subió de un brinco para conversar brevemente conmigo, con la intención de navegar por un corto tramo y luego saltar a tierra nuevamente. Sin embargo, al interesarse tanto en la conversación y al conocer hacia dónde me dirigía, decidió ir conmigo a Rochester. Casi de inmediato cayó en gran convicción y la obra caló hondo en él. Teníamos pocos días de haber llegado a Rochester, pero el ministro ya estaba bajo tal convicción que no podía evitar llorar en voz alta al andar por la calle. El Señor le dio a este hombre un poderoso Espíritu de oración, y su corazón fue quebrantado. Siendo que él y yo orábamos mucho juntos, me impactó su fe con respecto a lo que Dios iba a hacer en el lugar. Recuerdo que este ministro decía: “Señor, no sé como será, pero me parece saber que vas a hacer una obra grande en esta ciudad”. El Espíritu de oración se derramó poderosamente, tanto que algunas personas se apartaban de los servicios públicos para orar, al no poder contener sus sentimientos durante la predicación.

En este punto me es necesario traer el nombre de un hombre, a quien deberé de mencionar con frecuencia más adelante: el señor Abel Clary. Este era el hijo de un hombre excelente y anciano de la iglesia en la que me convertí. Abel Clary se convirtió en el mismo avivamiento en el que yo me convertí. Había sido licenciado para predicar, pero su Espíritu de oración era tal, que su carga por las almas no le dejaba predicar mucho, la mayor parte de su tiempo y de su fuerza las entregaba en oración. El peso en su alma era frecuentemente tan grande que no podía mantenerse en pie, y le hacía retorcerse y gemir en agonía de una forma impresionante. Yo le conocía muy bien y sabía de ese maravilloso Espíritu de oración que reposaba sobre su persona. Era un hombre muy silencioso, al igual que casi todas las personas que tienen el mismo poderoso Espíritu de oración.

Supe por primera vez que se encontraba en Rochester por un caballero que vivía como a una milla al este de la ciudad. Este caballero me visitó un día y me preguntó si conocía a un señor Abel Clary, que era ministro. Le respondí que le conocía muy bien y luego me dijo: “Pues bien, él está en mi casa y se ha quedado allí por tanto tiempo”. He olvidado cuánto tiempo me dijo, pero había estado allí casi desde mi llegada a Rochester. El caballero continuó diciendo: “No sé que pensar acerca de él”. Le dije que no le había visto en ninguna de nuestras reuniones. “No”–respondió el hombre–“Sucede que él no puede ir a las reuniones. Ora casi todo el tiempo, día y noche, y lo hace en tal agonía mental que no sé que pensar. A veces casi no puede sostenerse en sus rodillas, sino que queda postrado en el suelo gimiendo y orando de la forma más sorprendente”. Le pregunté que decía y el caballero me respondió que “él no dice mucho. Dice que no puede ir a las reuniones, mas todo su tiempo lo dedica a orar”. Le dije a aquel hermano: “Yo lo entiendo, por favor quédese tranquilo. Todo saldrá bien, de seguro el hermano Clary prevalecerá”.

Para aquel entonces supe de un considerable número de hombres que estaban en la misma situación. Un diácono de apellido Pond, de Camden, en el condado de Oneida; otro diácono de apellido Truman, en Rodman, en el condado Jefferson; un diácono Baker, de Adams, en ese mismo condado; y con ellos este señor Clary a quien me he referido y muchos otros hombres. También un gran número de mujeres participaban de ese mismo Espíritu y pasaban gran parte de su tiempo en oración. El hermano–o como le solíamos llamar, el Padre Nash, un ministro que llegó a muchos de mis campos de labores para ayudarme, era otro de esos hombres con tan poderoso Espíritu de oración que prevalece. Este señor Clary permaneció en Rochester tanto como yo, y no se marchó hasta mi partida. Que yo sepa nunca apareció en público, sino que se entregó por completo a la oración.

Se dieron muchos casos en Rochester de personas que experimentaron ese espíritu de angustia agonizante en sus almas. Ya he dicho que en el aspecto moral las cosas cambiaron grandemente en aquel avivamiento. Rochester era una ciudad joven, llena de prosperidad, negocios y llena también de pecado. Sus habitantes eran inteligentes y altamente emprendedores. A medida que el avivamiento barrió el pueblo y que una gran masa de personas influyentes, tanto de hombres como de mujeres, se convirtieron, se produjo un cambio en el orden, la sobriedad y la moralidad de la ciudad que resultó maravilloso.

En un periodo subsiguiente, que debo mencionar en esta parte, me encontraba conversando con un abogado que se había convertido durante este avivamiento del cual he hablado. Este abogado había sido nombrado fiscal distrital de la ciudad, que es lo mismo que otro llaman acusador público. Su trabajo consistía en supervisar el enjuiciamiento de los criminales y por su posición llegó a familiarizarse mucho con la historia criminal de la ciudad. Mientras conversábamos del avivamiento en el cual se había convertido–esto muchos años más tarde–me dijo: “He estado examinando el record de las cortes criminales y me he encontrado con este impactante hecho: que aunque nuestra ciudad ha crecido el triple desde el avivamiento, no hay ni un tercio de los fiscales penales que había en aquel entonces. Por lo tanto el crimen ha disminuido en dos terceras partes y esto se ha debido a la maravillosa influencia de aquel avivamiento sobre la comunidad”. De hecho, por el poder de aquel avivamiento el sentimiento público fue moldeado. Los asuntos de la ciudad han estado desde entonces en gran medida en manos de hombres cristianos. El gran peso del carácter ciudadano ha estado de parte de Cristo, y los asuntos públicos han sido conducidos de acuerdo con esto.

Entre las conversiones que se dieron no puedo dejar de mencionar la de Samuel D. Porter, un prominente ciudadano de Rochester. Para aquel entonces era librero y estaba asociado con un señor llamado Everard Peck, quien fue el padre de nuestro difunto profesor Peck. El señor Porter era un infiel, que aunque no era ateo no creía en la autoridad divina de la Biblia. Era un lector y un pensador, un hombre de mente aguda y perspicaz, de voluntad férrea y de carácter decidido. Creo también que era un hombre de buena moral externa y un caballero muy respetado. Un día llegó a mi habitación, temprano en la mañana, y me dijo lo siguiente: “Señor Finney, se está dando aquí un gran movimiento por causa de la religión, mas yo soy escéptico y quiero que usted me pruebe que la Biblia es la verdad”. El Señor me dio enseguida la capacidad de discernir el estado mental del hombre, lo que hizo posible para mí el determinar el curso que tomaría con él. Le pregunté: “¿Cree usted en la existencia de Dios?” “¡Por supuesto!”–Respondió–“no soy ateo”. “Bien”–le dije–“¿Cree que ha tratado a Dios como él se merece? ¿Ha respetado su autoridad? ¿Le ha amado? ¿Ha hecho lo que usted creía que debía de hacer para complacerle, y con la intención de complacerle? ¿Admite que debería de amarle, adorarle y obedecerle de acuerdo a la verdad que usted tiene de él?” “¡Sí! Admito que todo eso es cierto”–Respondió. “Mas, ¿lo ha hecho?”–le prengunté. “Pues no, no puedo decir que lo haya hecho”. “En ese caso, ¿por qué debería yo de darle más información y más verdad, si usted no está dispuesto a obedecer la luz que ya tiene? Cuando usted se decida a vivir de acuerdo con sus convicciones, esto es, a obedecer a Dios de acuerdo con la verdad que ya posee, cuando se haya determinado a arrepentirse de su actual negligencia y a complacer a Dios tan bien como sabe que puede hacerlo por el resto de su vida, trataré de mostrarle por qué la Biblia proviene de Dios. Hasta entonces no tiene caso que me esmere en hacer tal cosa”–le dije. Para esto, yo no había tomado asiento y creo que tampoco le había invitado a sentarse. Él respondió: “No sé que decirle, pero lo que me ha dicho es lo justo”. Enseguida se retiró.

No volví a escuchar de él sino hasta el día siguiente, temprano en la mañana, cuando justo después de levantarme pasó nuevamente a mi habitación. Tan pronto entró dio una palmada y dijo: “Señor Finney, ¡Dios ha hecho un milagro! Bajé a la tienda después de que dejé su habitación pensando en lo que usted había dicho, y me decidí a arrepentirme de aquello que sabía estaba en mal en cuanto a mi relación con Dios, y me determiné a que de ahora en adelante iba a vivir de acuerdo a la verdad que poseo. Cuando me decidí a esto mis sentimientos me abrumaron de tal modo que caí postrado y hubiera muerto de no ser por el señor Peck, quien se encontraba conmigo en la tienda”. Desde ese momento todos quienes le conocen saben que es un cristiano apasionado y de oración.

Jamás supe que en este avivamiento de Rochester, al cual me he referido desde el principio, se hayan dado quejas de ningún tipo de fanatismo o de cualquier cosa deplorable en sus resultados. El avivamiento fue muy poderoso, reunió a un gran número de personas de la clase más influyente en la sociedad e hizo una barrida tan profunda que causo gran emoción en los que estaban cerca como en los de lejos. Algunas personas escribieron cartas desde Rochester a sus amigos, reportando acerca de la obra. Estas cartas se leyeron en varias iglesias a lo largo de varios estados y fueron claves en la producción de grandes avivamientos de la religión que se dieron más adelante. Muchas personas llegaron desde otras partes para ser testigos de la gran obra de Dios, y llegaron a convertirse. Recuerdo el caso de un médico que se sentía tan atraído por lo que había escuchado acerca de la obra que llegó a Rochester desde Newark, Nueva Jersey para ver lo que Dios estaba haciendo. Este doctor, que era un hombre de mucho talento y cultura, se convirtió de hecho en Rochester y por muchos años ha sido un ardiente obrero cristiano a favor de las almas.

Prediqué también en varios lugares de los alrededores cuyos nombres no puedo recordar. Lo que si recuerdo distintivamente es que en cualquier lugar al que iba, la Palabra de Dios tenía efecto inmediato; y parecía que lo único necesario era presentar la ley de Dios y las demandas de Cristo, en la relación y proporciones que fueran calculadas para asegurar la conversión de los hombres, y la gente se convertía a montones. Lo grandeza de la obra de aquel tiempo en Rochester atrajo tanto la atención de ministros y de cristianos a lo largo de los estados de Nueva York, de Nueva Inglaterra y de muchas otras partes de Estados Unidos, que la fama misma de aquel avivamiento se convirtió en un instrumento en las manos del Espíritu de Dios para promover a lo largo del territorio los más grandes avivamientos de la religión que este país haya visto. Años después de estos sucesos, al conversar con el doctor Beecher acerca del poderoso avivamiento de Rochester y de sus resultados, él señaló: “Aquella fue la más grande obra de Dios, y el avivamiento de religión más grande que el mundo jamás haya visto en un tiempo tan corto. Se reportó que cien mil personas se conectaron con iglesias como resultado de aquel gran avivamiento.”

Realmente las aguas de la salvación estaban en grande raudal, los avivamientos se habían hecho poderosos y extensos, y la gente tuvo oportunidad de familiarizarse con ellos y con sus resultados en tal medida que los hombres temían oponerse a ellos, como antes lo habían hecho. Los ministros también habían llegado a entenderles mejor, y los más impíos de los pecadores habían llegado a convencerse de que eran realmente la obra de Dios. Tan manifiesta era la masa de conversiones verdaderas–de estos convertidos que realmente habían sido regenerados y hechos nuevas criaturas–tan profundamente eran individuos y comunidades transformadas, y tan permanentes e incuestionables los resultados, que llegó a ser la convicción casi universal que estos avivamientos eran la obra de Dios. Se dieron tantas conversiones impactantes, muchos personajes convertidos, y todas las clases, alta y baja, rica y pobre, quedaron de tal manera sometidas a estos avivamientos que casi silenciaron por completo a la oposición abierta. De tener el tiempo podría llenar todo un volumen con todas las conversiones impactantes ocurridas bajo mi observación a lo largo de muchos, muchos años, y en muchos lugares. “

 

CRISTO VIENE PRONTO…
POR FAVOR SALVA A UN ALMA HOY.
Yo ya hice mi parte.
Ahora es tu turno para expandir el evangelio.
Dios los bendiga a todos.
Y POR FAVOR NO TE OLVIDES DE COMPARTIR ESTE ARTICULO, ESTOY ORÁNDOLE A DIOS PARA QUE TODOS LOS QUE LEAN ESTE ARTÍCULO REFLEXIONEN Y SE SALVEN. POR FAVOR ES URGENTE, AYÚDAME A QUE LA GENTE LEA ESTE ARTICULO Y SE SALVEN DIOS TE BENDIGA.

Cristo Viene Ya

««Los pensamientos de una persona en los cielos, hablan más fuerte que sus obras en la tierra». Juan 3:16 Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. La persona que ora tiene que tener la absoluta convicción de que Dios escucha sus plegarias y de que el Eterno puede hacer todo lo que desee cada vez que lo desee. .

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