"Señor
Jesucristo, te imploro, perdona a mis enemigos por tu gran misericordia".
Los siete
arrogantes obispos despojaron a Hus de su oficio sacerdotal. Se le ordenó que subiera
a una plataforma.
Y se vistiera
con las vestiduras sacerdotales, como si estuviera dando una misa.
Entonces un
obispo altanero tomó la copa de las manos de Hus y pronunció una maldición contra
él. Hus respondió en voz alta: "Mas yo confío en el
Señor, el
Dios todo poderoso [...], que no quitará de mí la copa de su salvación. Tengo la
firme esperanza de que hoy beberé de ella en su reino". Le quitaron sus vestimentas
y pronunciaron otra maldición sobre cada una de ellas. A cada maldición, Hus respondió
que sufriría solo por amor a Cristo. Cortaron su cabello en cuatro secciones diferentes,
privándolo de todo derecho ministerial.
Finalmente
colocaron una corona de papel sobre su cabeza, en la que había pintados tres diablos
rojos peleando
Por SU alma y que decía: "Esto es un hereje". Retrocedieron, extendieron sus manos hacia él, y entregaron el alma de Hus al diablo. Hus respondió que él se entregaba a Jesucristo. Entonces fue entregado a los soldados. "Estoy gozosamente dispuesto a morir" Una triste procesión acompañó a Hus hasta la pradera donde sería quemado; casi toda la ciudad lo seguía.
Al pasar por el cementerio de la iglesia donde sus libros eran quemados, sonrió. Al llegar a la pradera cayó nuevamente de rodillas, para orar. Le quitaron todas sus ropas, excepto una fina camisa y luego lo ataron a un poste con una soga y una vieja cadena oxidada.
Colocaron atados de leña mezclad con paja hasta la altura
de su barbilla. Antes que se encendiera el fuego, una vez más se acercaron a
Hus y le pidieron que se retractara. Mientras
la multitud quedaba en el más absoluto silencio, Hus levantó
su voz y, en alemán, dijo:
"Dios
es mi testigo de que [...] la principal intención
de mi predicación y todos mis demás actos o escritos
fue solamente para apartar a los hombres del pecado. Y por esa verdad del Evangelio
que escribí, enseñé y prediqué según los dichos Y exposiciones de los santos doctores, estoy gozosamente
dispuesto a morir hoy".
Murmullos
y sordas exclamaciones se escucharon entre la multitud. Entonces, todo quedó en
silencio. Los verdugos recibieron la orden de encender el fuego. Mientras las llamas
comenzaban a crecer, se escuchó la voz de Hus cantando a gran voz: "¡Cristo,
tú, Hijo del Dios viviente, ten misericordia.
No hay comentarios: