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El inversor inteligente de Benjamin Graham

 Índice


Portada

Cita

Prefacio a la cuarta edición
Por Warren E. Buffett

Una nota sobre Benjamin Graham
Por Jason Zweig

Introducción
Qué se pretende conseguir con este libro

Comentario a la introducción


1. Inversión en contraposición a especulación
Resultados que puede esperar el inversor inteligente
Comentario al capítulo 1


2. El inversor y la inflación
Comentario al capítulo 2


3. Un siglo de historia del mercado de valores
El nivel de cotización de las acciones a principios de 1972
Comentario al capítulo 3


4. Política de cartera general
El inversor defensivo
Comentario al capítulo 4


5. El inversor defensivo y las acciones ordinarias
Comentario al capítulo 5


6. Política de cartera para el inversor emprendedor
Método negativo
Comentario al capítulo 6


7. Política de cartera para el inversor emprendedor
Aspectos positivos
Comentario al capítulo 7


8. El inversor y las fluctuaciones de mercado
Comentario al capítulo 8


9. Invertir en fondos de inversión
Comentario al capítulo 9


10. El inversor y sus asesores
Comentario al capítulo 10


11. Análisis de valores para el inversor inexperto
Enfoque general
Comentario al capítulo 11


12. Cosas que se deben tener en cuenta respecto de los beneficios por acción
Comentario al capítulo 12


13. Comparación de cuatro sociedades cotizadas
Comentario al capítulo 13


14. Selección de acciones para el inversor defensivo
Comentario al capítulo 14


15. Selección de acciones para el inversor emprendedor
Comentario al capítulo 15


16. Valores convertibles y warrants
Comentario al capítulo 16


17. Cuatro historias reales extremadamente instructivas
Comentario al capítulo 17


18. Una comparación de ocho pares de empresas
Comentario al capítulo 18


19. Accionistas y equipos directivos
Política de dividendos
Comentario al capítulo 19


20. El «margen de seguridad» como concepto central de la inversión
Comentario al capítulo 20


Epílogo
Comentario al epílogo


Apéndices

Notas finales

Agradecimientos de Jason Zweig

Notas

Créditos



“A través de los diversos azares, a través de todas las vicisitudes, cubrimos nuestro camino...”
Leí la primera edición de este libro a principios de 1950, cuando tenía diecinueve años. En aquel momento pensé que era, con gran diferencia, el mejor libro sobre inversión que se había escrito en toda la historia. Sigo pensando lo mismo.

Para invertir con éxito durante toda la vida no es necesario un coeficiente intelectual estratosférico, un conocimiento empresarial extraordinario ni información privilegiada. Lo que hace falta es una infraestructura intelectual que permita adoptar decisiones y la capacidad de evitar que las emociones deterioren esa infraestructura. Este libro establece de manera precisa y clara la infraestructura que hace falta. A usted le corresponde aportar la disciplina emocional.

Si sigue los principios de comportamiento y de negocio que propone Graham, y si presta especial atención a los valiosísimos consejos contenidos en los capítulos 8 y 20, sus inversiones no rendirán frutos decepcionantes. (Eso tiene más mérito de lo que pueda creer usted). El que consiga resultados extraordinarios o no dependerá del esfuerzo y el intelecto que aplique a sus inversiones, así como de las oscilaciones provocadas por la irracionalidad del mercado que se produzcan durante su carrera de inversión. Cuanto más irracional sea el comportamiento del mercado, más oportunidades tendrá el inversor que se comporte de manera profesional. Siga las indicaciones de Graham y se beneficiará de la irracionalidad, en lugar de ser víctima de ella.

Para mí, Ben Graham fue mucho más que un autor o un profesor. Él influyó en mi vida mucho más que cualquier otra persona, salvo mi padre. Poco después del fallecimiento de Ben en 1976, escribí el siguiente obituario breve sobre él en el Financial Analysts Journal. A medida que avancen en la lectura del libro, creo que percibirán alguno de los rasgos que menciono en este homenaje.

BENJAMIN GRAHAM
1894 – 1976
Hace varios años, Ben Graham, que en aquella época tenía casi 80 años de edad, manifestó a un amigo la idea de que esperaba hacer todos los días “algo alocado, algo creativo y algo generoso”.

La inclusión de ese primer objetivo caprichoso reflejaba su gran habilidad para expresar las ideas de una manera en la que no tienen cabida la exageración, el afán de dar lecciones o el engreimiento. Aunque sus ideas tenían un gran potencial, su forma de expresarlas era indefectiblemente amable.

A los lectores de esta revista no les hace falta que me explaye sobre los logros que obtuvo desde el punto de vista de la creatividad. Es muy frecuente que el fundador de una disciplina vea eclipsado su trabajo por el de sus sucesores en un plazo relativamente breve. Sin embargo, cuarenta años después de la publicación del libro que aportó estructura y razonamiento lógico a una actividad desordenada y confusa, resulta difícil destacar posibles candidatos incluso para el puesto de segundo clasificado en el terreno del análisis de valores. En un terreno en el que buena parte de las teorías parecen insensateces pocas semanas o meses después de su publicación, los principios de Ben han conservado su firmeza y sensatez, y su valor frecuentemente ha aumentado y se ha podido comprender mejor tras las tormentas financieras que han echado por tierra otras estructuras intelectuales más endebles. Su consejo de sensatez aportó incesantes recompensas a sus seguidores, incluso a aquellos que contaban con capacidades naturales inferiores a las de los profesionales mejor dotados que fracasaron al seguir a quienes abogaban por la brillantez o la moda.

Un aspecto muy destacable del dominio ejercido por Ben en su terreno profesional fue que consiguió ejercer dicho dominio sin por ello tener que reducir su campo de actividad intelectual ni concentrar todo su esfuerzo en un único objetivo. Al contrario, su dominio fue más bien un producto secundario de un intelecto cuya amplitud prácticamente escapaba a cualquier intento de definición. Indiscutiblemente, nunca he conocido a ninguna persona que tuviese una mente de semejante calibre: memoria prácticamente absoluta, fascinación incesante por el nuevo conocimiento y una asombrosa capacidad para reformular ese nuevo conocimiento de una manera que permitiese aplicarlo a problemas aparentemente inconexos. Esos son los rasgos que hacían que entrar en contacto con su pensamiento, en cualquier terreno, fuese una delicia.

No obstante, su tercer imperativo, la generosidad, fue el terreno en el que tuvo más éxito que en ningún otro. Para mí, Ben era mi profesor, mi empresario y mi amigo. En cada una de esas facetas, al igual que con todos sus estudiantes, empleados y amigos, hizo gala de una generosidad absoluta, sin fin, sin llevar la cuenta, en el terreno de las ideas, el tiempo y el espíritu. Cuando hacía falta claridad de pensamiento, no había mejor sitio al que acudir. Cuando se necesitaba asesoramiento o una palabra de ánimo, Ben siempre estaba allí. Walter Lippmann habló en una ocasión de los hombres que plantan árboles bajo los cuales se sientan otros hombres. Ben Graham era uno de esos hombres.

Una nota sobre Benjamin Graham
por Jason Zweig

¿Quién era Benjamin Graham, y por qué debería usted prestar atención a lo que dijo? Graham no solo fue uno de los mejores inversores que han existido jamás; también fue el mejor pensador práctico sobre inversiones de toda la historia. Antes de Graham, los gestores de patrimonio se comportaban de una forma muy similar a la de los gremios medievales, guiados básicamente por la superstición, las suposiciones y por rituales incomprensibles. La obra de Graham, Security Analysis, fue el libro de texto que transformó este círculo enmohecido en una profesión moderna.

Por su parte, El inversor inteligente fue el primer libro en el que se describió, para los inversores individuales, el marco emocional y las herramientas analíticas esenciales para el éxito financiero. Sigue siendo, individualmente considerado, el mejor libro sobre inversión que se ha escrito para el público general. El inversor inteligente fue el primer libro que leí cuando empecé a trabajar para la revista Forbes como aprendiz de reportero en 1987, y me sorprendió la certeza con la que Graham afirmaba que, antes o después, todos los períodos alcistas de mercado acaban de mala manera. En octubre de aquel año, las acciones estadounidenses sufrieron su peor crisis en una sola jornada de la historia, y me enganché a las teorías de Graham. (Hoy en día, después del período exuberantemente alcista de finales de 1999 y de la brutal recesión que comenzó a principios de 2000, las afirmaciones de El inversor inteligente parecen más proféticas que nunca).


Graham adquirió sus conocimientos por las malas: vivió en primera persona la angustia de la pérdida financiera y estudió durante décadas la historia y la psicología de los mercados. Nació en Londres el 9 de mayo de 1894, con el nombre de Benjamin Grossbaum; su padre era comerciante de platos y figuras de porcelana. La familia se trasladó a Nueva York cuando Ben tenía un año de edad. Al principio, disfrutaron de un buen nivel de vida, con doncella, cocinero y ama de llaves francesa en Upper Fifth Avenue, la mejor zona de Nueva York. Sin embargo, el padre de Ben falleció en 1903, el negocio de la porcelana tuvo problemas y la familia cayó rápidamente en la pobreza. La madre de Ben convirtió su casa en una casa de huéspedes; después, se endeudó para hacer operaciones en el mercado de valores a margen y se arruinó con la crisis de 1907. Durante el resto de su vida, Ben recordaría la humillación de tener que cobrar un cheque para su madre y oír al cajero preguntando: «¿Tiene Dorothy Grossbaum crédito para cobrar cinco dólares?».

Afortunadamente, Graham obtuvo una beca en Columbia, donde su brillantez floreció plenamente. Se graduó en 1914, el segundo de su promoción. Antes de que concluyese el último semestre de estudios de Graham, tres departamentos —inglés, filosofía y matemáticas— le habían solicitado que se uniese a su plantilla docente. Solo tenía veinte años.

Dejando a un lado el mundo académico, Graham decidió intentarlo en Wall Street. Comenzó como administrativo en una firma de negociación de bonos, luego empezó a trabajar como analista, más tarde alcanzó el rango de socio y, poco después, estaba dirigiendo su propia sociedad de inversión.

El apogeo y posterior caída de Internet no habrían sorprendido a Graham. En abril de 1919, obtuvo un rendimiento del 250% en el primer día de cotización de Savold Tyre, una nueva oferta en el floreciente sector de la automoción; en octubre de ese año se reveló que la empresa era un fraude y sus acciones no tenían ningún valor.

Graham se convirtió en un maestro de la investigación de las acciones con un detalle microscópico, casi molecular. En 1925, escarbando entre los complejos informes presentados por los oleoductos a la Comisión de Comercio Interestatal de Estados Unidos, descubrió que Northern Pipe Line Co., que en aquel momento cotizaba a 65 dólares por acción, tenía obligaciones de gran calidad por un valor mínimo de 80 dólares por acción. Adquirió las acciones, no dejó de insistir a sus directivos para que incrementasen los dividendos y acabó obteniendo 110 dólares por acción tres años después.

A pesar de las horrorosas pérdidas de casi el 70% que se produjeron durante la gran crisis de 1929 a 1932, Graham sobrevivió y prosperó en la época posterior, buscando y seleccionando oportunidades entre los restos del desastre del mercado alcista. En la actualidad, no se conserva un registro exacto de las primeras rentabilidades obtenidas por Graham, pero desde 1936 hasta que se retiró en 1956, su Graham-Newman Corp. obtuvo por lo menos un 14,7% anual, en comparación con el 12,2% obtenido por el mercado de valores en su conjunto, lo que supone uno de los mejores antecedentes a largo plazo de la historia de Wall Street.

¿Cómo lo consiguió Graham? Combinando su extraordinaria capacidad intelectual con un profundo sentido común y una amplia experiencia, Graham desarrolló sus principios básicos, que tienen por lo menos la misma validez en la actualidad que la que tuvieron durante su vida:

— Una acción no es un simple símbolo en una tabla de cotización o un pulso electrónico; es una participación en la propiedad de un negocio real, con un valor subyacente que no depende de la cotización de la acción.
— El mercado es un péndulo que oscila constantemente entre un optimismo insostenible (que hace que las acciones sean demasiado caras) y un pesimismo injustificado (que hace que sean demasiado baratas). El inversor inteligente es un realista que vende a optimistas y compra a pesimistas.


— El valor futuro de todas las inversiones es una función de su precio actual. Cuanto mayor sea el precio que se paga, menor será la rentabilidad que se obtenga.

— Por mucho cuidado que se ponga, el único riesgo que ningún inversor puede eliminar por completo es el riesgo de equivocarse. Únicamente si se insiste en lo que Graham denominó el «margen de seguridad» —no pagar nunca un precio excesivo, por interesante que pueda parecer una inversión— se pueden minimizar las probabilidades de cometer un error.

— El secreto del éxito financiero está dentro de la persona. Si se llega a ser un pensador crítico que no acepta ningún «hecho» del mercado de valores como artículo de fe, y si se invierte con una confianza paciente, se podrá sacar un buen partido de manera sostenida, incluso en los peores períodos bajistas del mercado. Desarrollando la disciplina y el coraje personal, es posible impedir que los cambios de humor de las otras personas rijan el destino financiero personal. Al final, el comportamiento que tienen las inversiones de una persona es mucho menos importante que el comportamiento que tiene esa persona.

El objetivo de esta edición revisada de El inversor inteligente consiste en aplicar las ideas de Graham a los mercados financieros actuales, a la vez que se deja su texto absolutamente intacto (con la excepción de notas aclaratorias a pie de página). Después de cada uno de los capítulos de Graham, encontrará un nuevo comentario. En estas guías para el lector, he añadido ejemplos recientes que deberían poner de manifiesto lo relevantes, y lo liberadores, que siguen siendo en la actualidad los principios de Graham.

Envidio la emoción y la experiencia formativa que van a disfrutar leyendo la obra maestra de Graham por primera vez, o incluso por tercera o cuarta vez. Como todos los clásicos, cambia nuestra forma de apreciar el mundo y se renueva cada vez, educándonos. Es una obra que mejora cada vez que se lee. Teniendo a Graham como guía, es seguro que llegará usted a ser un inversor mucho más inteligente.

Introducción: Qué se pretende conseguir con este libro

El objetivo de este libro consiste en proporcionar, en una forma adecuada para los legos en esta materia, orientación a la hora de adoptar y poner en práctica una política de inversión. En términos relativos, se dirá poco sobre la técnica de análisis de valores; se prestará atención principalmente a los principios de inversión y a las actitudes de los inversores. No obstante, facilitaremos unas cuantas comparaciones condensadas de valores específicos, principalmente de parejas de valores colindantes en las cotizaciones de la Bolsa de Nueva York (NYSE, New York Stock Exchange), para aclarar de manera concreta los elementos más importantes que influyen en las elecciones específicas de acciones ordinarias.

En cualquier caso, buena parte de nuestro espacio se dedicará a las pautas históricas seguidas por los mercados financieros, y en algunos casos nos remontaremos muchas décadas. Para invertir de manera inteligente en valores es necesario estar dotado de un conocimiento adecuado del comportamiento que han tenido en la práctica los diferentes tipos de obligaciones y de acciones en circunstancias variables, de las cuales es muy probable que, por lo menos algunas, vuelvan a darse en nuestra propia experiencia personal. No hay afirmación más cierta ni más aplicable a los mercados de valores que la famosa advertencia de Santayana: «Los que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo».

Nuestro texto se dirige a los inversores, que son una figura claramente diferente de los especuladores, y nuestra primera tarea será aclarar y destacar estas diferencias, en la actualidad prácticamente olvidadas. Debemos afirmar desde el principio que este no es un libro sobre «cómo ganar un millón». No hay formas seguras y fáciles de alcanzar la riqueza en los mercados de valores, ni en ningún otro sitio. No estaría mal reforzar esta afirmación con un poco de historia financiera, sobre todo si se tiene en cuenta que se pueden extraer algunas lecciones de dicha historia.

En el culminante año 1929, John J. Raskob, una prominente figura tanto en Estados Unidos como en Wall Street, alabó las bondades del capitalismo en un artículo publicado en el Ladies’ Home Journal titulado «Todo el mundo debería ser rico». Su tesis era que, al ahorrar únicamente 15 dólares al mes e invertirlos en buenas acciones ordinarias, reinvirtiendo los dividendos, se podría obtener un patrimonio de 80.000 dólares en veinte años, habiendo aportado únicamente 3.600 dólares. Si el magnate de General Motors hubiese tenido razón, habría sido ciertamente una forma muy fácil de llegar a ser rico.

¿Hasta qué punto acertó? Nuestro cálculo aproximado, que se basa en una inversión en los treinta valores que componen el Dow Jones Industrial Average (DJIA), indica que, si se hubiese seguido la prescripción de Raskob durante el período que va de 1929 a 1948, el patrimonio del inversor a principios de 1949 habría ascendido a unos 8.500 dólares. Es una cifra muy alejada de la promesa del prohombre de 80.000 dólares y indica la poca confianza que se puede depositar en tales garantías y previsiones optimistas. Sin embargo, como comentario marginal, debemos destacar que la rentabilidad realmente obtenida por esa operación a veinte años habría sido de más del 8% compuesto anual, y eso teniendo en cuenta que el inversor habría comenzado sus adquisiciones con el DJIA en un nivel de 300 y habría acabado con una valoración basada en el nivel de cierre a 1948 de 177. Esta marca podría considerarse un argumento convincente del principio de adquisiciones periódicas mensuales y de acciones ordinarias sólidas durante los buenos y los malos tiempos, un programa que se conoce como «promediar el coste en unidades monetarias».

Como nuestro libro no se dirige a los especuladores, no está destinado a quienes operan en el mercado. La mayoría de estas personas se guían por gráficos u otros medios principalmente mecanicistas para determinar los momentos adecuados para comprar y vender. El único principio aplicable a prácticamente todos estos denominados «métodos técnicos» es que se debe comprar porque un valor o el mercado ha evolucionado al alza y se debe vender porque ha descendido. Es exactamente lo contrario a cualquier principio de negocio válido en cualquier otro terreno, y es absolutamente improbable que pueda conducir al éxito duradero en el mercado de valores. En nuestra propia experiencia y observación del mercado de valores, que cubre más de 50 años, no hemos conocido a una sola persona que haya ganado dinero de manera consistente o duradera aplicando ese principio de «seguir al mercado». No tenemos ninguna duda a la hora de afirmar que este método es tan falaz como popular.

Ilustraremos la afirmación que acabamos de hacer, aunque la siguiente exposición, por supuesto, no debe ser considerada como prueba irrefutable de lo que decimos, con una breve exposición de la famosa teoría Dow para operar en el mercado de valores, que expondremos posteriormente.

Desde su primera publicación en 1949, han ido apareciendo revisiones de El inversor inteligente con intervalos de aproximadamente cinco años. En la actualización de la presente edición, tendremos que ocuparnos de una serie de nuevos acontecimientos producidos desde el momento en que se redactó la edición de 1965. Entre tales acontecimientos se pueden mencionar:

  1. Una subida sin precedentes en el tipo de interés de las obligaciones de buena calificación.
  2. Una reducción de aproximadamente el 35% en el nivel de precios de las principales acciones ordinarias, que concluyó en mayo de 1970. Se trata de la mayor reducción porcentual en un período de treinta años. (Innumerables emisiones de acciones de menor calidad sufrieron una reducción mucho mayor).
  3. Una persistente inflación de los precios mayoristas y al consumo, que adquirió aún más impulso incluso en un momento de declive del entorno empresarial general en 1970.
  4. La rápida aparición y desarrollo de empresas de tipo «conglomerado», de operaciones de franquicia y de otras novedades conexas en el mundo de los negocios y las finanzas. (Entre ellas se pueden mencionar una serie de triquiñuelas como las operaciones con instrumentos no admitidos a cotización, la proliferación de warrants de opciones sobre valores, las denominaciones engañosas, el uso de bancos extranjeros, etcétera).
  5. La quiebra del mayor ferrocarril de Estados Unidos, el excesivo endeudamiento tanto a corto como a largo plazo de muchas empresas que anteriormente habían contado con una sólida financiación e incluso el perturbador problema de solvencia entre las agencias de valores.

  1. La aparición de la moda del «alto rendimiento» en la gestión de los fondos de inversión, incluso de algunos fondos de inversión gestionados por bancos, ha tenido inquietantes resultados.

Estos fenómenos recibirán nuestro cuidadoso análisis, y algunos de ellos exigirán que modifiquemos las conclusiones y algunas indicaciones destacadas de nuestra anterior edición. Los principios subyacentes de la inversión sensata no deben modificarse de una década a otra, pero la aplicación de estos principios debe adaptarse a los principales cambios en el entorno y los mecanismos financieros.

Esta última afirmación se puso a prueba durante la redacción de la presente edición, cuyo primer borrador concluyó en enero de 1971. En aquel momento, el DJIA estaba experimentando una firme recuperación desde su punto mínimo de 632 y avanzaba hacia el máximo que alcanzó en 1971, 951, con un entorno generalizado de optimismo. Cuando concluyó el último borrador, en noviembre de 1971, el mercado estaba sumido en un nuevo declive, que lo llevó al 797 y renovó la incertidumbre generalizada sobre su futuro. No hemos permitido que estas fluctuaciones afecten nuestra actitud general sobre la política de inversión sensata, que no ha sufrido modificaciones sustanciales desde la primera edición de este libro en 1949.

La profundidad de la retracción del mercado experimentada en 1969-1970 debería haber servido para despejar una ilusión que había ganado terreno durante las dos décadas anteriores. Dicha ilusión afirmaba que se podían comprar las principales acciones ordinarias en cualquier momento y a cualquier precio, con la garantía no solo de que, en última instancia, se obtendrían beneficios, sino de que cualquier pérdida sufrida en el ínterin se recuperaría rápidamente gracias a una renovada recuperación del mercado hasta nuevos niveles elevados. Se trataba de una situación demasiado ventajosa para que pudiera ser cierta. Al final, el mercado de valores ha «vuelto a la normalidad», en el sentido de que tanto los especuladores como los inversores en valores deben estar dispuestos, de nuevo, a experimentar sustanciales y tal vez prolongadas reducciones, así como incrementos, en el valor de sus carteras.

En el área de muchas acciones ordinarias de segundo y tercer orden, sobre todo en el caso de empresas recientemente admitidas a cotización, el caos provocado por la última quiebra del mercado fue catastrófico. No es que fuese una novedad en sí mismo, dado que ya había ocurrido algo similar en 1961-1962, pero en el caso actual se ha producido un elemento novedoso en el sentido de que algunos fondos de inversión tenían grandes compromisos en emisiones extraordinariamente especulativas y evidentemente sobrevaloradas de este tipo. Es obvio que no solo hay que advertir al principiante de que, aunque el entusiasmo pueda ser necesario para conseguir grandes logros en otros lugares, en el mercado de valores conduce de manera prácticamente segura al desastre.

La principal cuestión que debemos abordar surge del enorme aumento del tipo de interés en las obligaciones de primera categoría. Desde finales de 1967, el inversor ha podido obtener más del doble de renta de tales obligaciones en comparación con los dividendos de acciones representativamente equivalentes. A principios de 1972, la rentabilidad de las obligaciones de mayor nivel era del 7,19%, en comparación con un mero 2,76% en el caso de los valores industriales. (Estas cifras deben compararse con el 4,40% y el 2,92%, respectivamente, de finales de 1964).

Resulta difícil recordar que, cuando escribimos por primera vez este libro en 1949, las cifras eran casi exactamente las contrarias: las obligaciones rendían únicamente el 2,66% y las acciones rendían el 6,82%. En las ediciones anteriores, hemos insistido de manera constante en que al menos el 25% de la cartera del inversor conservador estuviera invertido en acciones. En general, hemos mostrado preferencia por un reparto equitativo entre los dos tipos de instrumentos.

En la actualidad, debemos plantearnos si la mayor ventaja del rendimiento de las obligaciones en comparación con el rendimiento de las acciones podría justificar una política de inversión exclusiva en obligaciones, hasta que se establezca una relación más equilibrada, como esperamos que ocurra. Por supuesto, la cuestión de la inflación continuada tendrá una importancia crucial en la toma de decisiones en este terreno. Dedicaremos un capítulo a esta exposición.

En el pasado, hemos realizado una distinción básica entre los dos tipos de inversores a los que se dirige este libro: el «defensivo» y el «emprendedor». El inversor defensivo (o pasivo) es el que centra principalmente su atención en evitar errores o pérdidas serias. Su segundo objetivo consiste en no tener que realizar grandes esfuerzos o trámites y en quedar eximido de la necesidad de adoptar decisiones frecuentes.

El rasgo determinante del inversor emprendedor (o activo, o dinámico) es su deseo de dedicar tiempo y esfuerzo a la selección de un conjunto de valores que resulten a la vez sensatos, sólidos y más atractivos que la media. A lo largo de muchas décadas, un inversor emprendedor de este tipo podría esperar que sus esfuerzos y capacidades adicionales le reportasen una recompensa satisfactoria, en forma de un promedio mejor que el obtenido por el inversor pasivo.

Albergamos algunas dudas sobre si se puede prometer una recompensa adicional realmente sustancial al inversor activo en las circunstancias actuales. No obstante, cabe la posibilidad de que el año que viene, o en los años venideros, la situación llegue a ser diferente. Por lo tanto, seguiremos prestando atención a las posibilidades ofrecidas por la inversión emprendedora, tal y como han existido en períodos anteriores y como pueden volver a existir en el futuro.

 

 











Cristo Viene Ya

««Los pensamientos de una persona en los cielos, hablan más fuerte que sus obras en la tierra». Juan 3:16 Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. La persona que ora tiene que tener la absoluta convicción de que Dios escucha sus plegarias y de que el Eterno puede hacer todo lo que desee cada vez que lo desee. .

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