Porque dos males ha hecho mi
pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas,
cisternas rotas que no retienen agua. Jeremías 2:13
Este hombre con pinta de no haber roto un plato es una verdadera máquina
de hacer dinero. Sin miramientos. La revista 'Time' asegura que es la
inspiración del personaje que encarna Leonardo DiCaprio en su última
película. Compra y trocea todo tipo de empresas. Y disfruta 'pasando a
cuchillo' a sus consejeros delegados. A sus 78 años sigue en plena
forma. Su última presa: Apple.
¿Qué quieren que haga todo el día? ¿Jugar a la
petanca?». Carl Icahn acaba de cumplir 78 años y tiene más dinero que
nunca. Es el hombre más rico de Wall Street (20.000 millones de
dólares), por delante de George Soros. Ya no madruga ni está pendiente
minuto a minuto de las cotizaciones. No le hace falta. Un par
de periódicos económicos, su olfato de siempre y la temeraria frialdad
que exhibía jugando al póker le bastan y le sobran. Matemáticas,
testosterona y la suerte de los campeones. Así que se pasa las mañanas
remoloneando en su ático de la Quinta Avenida y las tardes bebiendo
martinis dobles, charlando de obras de caridad con su segunda esposa,
escribiendo cartas incendiarias y paternalistas (palo y zanahoria) a los
altos ejecutivos de las empresas a las que ha echado el ojo o
anunciando a sus 144.000 seguidores en Twitter su próxima dentellada. Y a
la caída de la noche se reúne con los brókeres y abogados de su fondo
de inversiones para preparar el ataque. Porque sus movimientos en Bolsa
siempre son hostiles. Con nocturnidad y alevosía.
Según Time, Icahn es la auténtica inspiración del personaje que encarna Leonardo DiCaprio en la película El Lobo de Wall Street y no el corredor de Bolsa Jordan Belfort, que no es más que un pícaro comparado con el rey de los hunos, Icahn el Bárbaro, como se lo conocía en los años ochenta. Pero no sería la primera vez que Hollywood se fija en Icahn. Michael Douglas, en Wall Street, y Richard Gere, en Pretty woman, reconocieron su influencia. Marcó un estilo de hacer negocios. «Es el hombre más avaricioso sobre la faz de la Tierra», dijo sobre él el presidente de la compañía aérea TWA, que Icahn despedazó sin miramientos. Lo extraordinario es que a Carl se le creía dormido... o por lo menos saciado. Se supone que su tiempo ya pasó. ¿Qué hace un septuagenario como él en un mundo empresarial como el de hoy, que lo único en común que tiene con el de su época dorada es la codicia?
Pero Icahn ha vuelto... y está desatado. «Lo qué más me motiva en la vida es hacer dinero», reconoce. En los últimos dos años ha entrado como elefante en una cacharrería en el accionariado de catorce compañías. Y no se conforma con empresas renqueantes a las que dar la puntilla. Va a por las joyas de la corona. Su obsesión por Apple lo ha catapultado a los titulares. Pero antes fueron Yahoo!, Dell, Netflix, eBay, Motorola... Gigantes tecnológicos que primero reaccionan desdeñando las pretensiones de un abuelo que llama por teléfono a la centralita y que pide que le pongan con el presidente ejecutivo. «¿De parte de quién?». «De un accionista». Pueden ridiculizarlo, pueden tenerlo esperando días o semanas... Pero al final, cuando los magnates de Silicon Valley aquellos mozalbetes que iban al instituto cuando Icahn amasó su fortuna se percatan de que el abuelo tiene cash para firmarle el finiquito a medio consejo de administración y amenaza con poner en pie de guerra a miles de accionistas insatisfechos, se ponen al teléfono.
Tim Cook, el sucesor de Steve Jobs al frente de Apple, lo hizo. A las cinco de la madrugada. Una hora perfecta para Icahn, que nunca se va a la cama antes. «Tim, Apple tiene demasiado dinero. Y no es un banco. ¿Qué estáis haciendo? No entiendo por qué no repartís las ganancias», le soltó. Para entonces, Icahn ya había comprado 4100 millones de dólares en acciones de Apple, porque consideraba que estaban baratas [habían caído un ocho por ciento porque el mercado de móviles está saturado]. Y publicó una carta abierta en su blog para pedir que Apple recomprase acciones por valor de 50.000 millones. Básicamente estaba poniendo el cazo en su nombre y en el de los pequeños accionistas. Porque según sus biógrafos, Icahn se considera a sí mismo un activista del capitalismo, un renegado, casi un Robin Hood; con la salvedad de que le roba a los ricos para hacerse más rico. Cook se resistió primero. Tenemos que centrarnos en nuevos productos y blablablá... Icahn le respondió desde Twitter sugiriendo que ya iba siendo hora de que la compañía sacase un producto rompedor, porque el último había sido el iPad, hace cuatro años. A buen entendedor: en vida de Jobs. Al hilo del tuit, las acciones de Apple cayeron otro uno y pico por ciento. Y Cook le vio por fin las orejas al lobo; y anunció una recompra de acciones de 14.000 millones.
Bastante menos de lo que exigía Icahn, pero este se ha conformado. Y las acciones de Apple suben de nuevo.Cook puede alegar que le ha parado los pies al abuelo. Pero Icahn ha hecho negocio. A él le gustan las ganancias inmediatas, adrenalínicas. Nada como una gran pila de fichas sobre el tapete verde. Que sea irónico y le guste hacer chistes «mi gran contribución a la humanidad fue abandonar la carrera de Medicina» no implica que no tenga un alto concepto de sí mismo. Es orgulloso. Y se le nota cuando lo comparan con Warren Buffett. ¿Quién es el mejor inversor de todos los tiempos: Buffett o Icahn? Es una pregunta que se hace el analista Andrew Feinberg. «Icahn no entiende que todo el mundo ame a Buffett y a él le hagan picadillo». Atendiendo al porcentaje de ganancias, Icahn ganaría por goleada. Su fondo, Icahn Enterprises, ha tenido un asombroso rendimiento del 840 por ciento desde el año 2000, mientras que Berkshire Hathaway, liderado por el Sabio de Omaha, ha ganado el 250 por ciento.
A icahn le gustaría ser el gurú del mundofinanciero, pero no lo es por dos razones. Cuando Buffett entra en una empresa, es para quedarse, durante décadas si es preciso... Es una bendición que causa un efecto llamada a largo plazo. A Icahn lo temen demasiado. Es cierto que se ha descrito un 'efecto Icahn', efervescente y efímero, cuando compra acciones de una compañía. Los inversores cortoplacistas lo imitan. Pero al cabo de unos meses o unos pocos años los valores caen, e incluso la empresa puede acabar descuartizada y en liquidación. Pero antes de que suceda, Icahn ya vendió oportunamente sus participaciones. La otra gran diferencia es que Buffett maneja sobre todo dinero de sus inversores, aunque su patrimonio personal casi triplica el del neoyorquino. Pero en Icahn Enterprises el 93 por ciento de los fondos son de Icahn. Él se lo guisa y él se lo come. Aunque ahora se ha encaprichado de las tecnológicas, le gusta el picoteo variado: farmacéuticas, inmobiliarias, medios de comunicación, casinos... Pero su fuente de liquidez es la energía. Tiene una flotilla inmensa de vagones cisterna para el transporte desde las refinerías y es uno de los que más tajada están sacando en los Estados Unidos a la revolución del fracking, la controvertida técnica de fracturación hidráulica que ha destapado grandes reservas de petróleo y gas, a costa de seísmos y contaminación de acuíferos.
Otro rasgo superlativo de la personalidad de Icahn es que tiene una necesidad casi patológica de demostrar que él tiene razón. Primero a su padre, que nunca aprobó sus métodos. Ni los entendió. Cuenta Icahn que una vez, siendo ya anciano, fue con una libreta a que le explicase qué es lo que hacía y por qué ganaba tanto dinero. Cuando habla de él, lo suele hacer con unas gotas de sarcasmo. «Nací en Brooklyn y crecí en Queens, barrios duros. Mi padre era un cantante de ópera frustrado que se resignó a cantar en un coro. El hecho de que fuese un ateo dogmático no lo ayudó exactamente a avanzar en su profesión y después de unos años se convirtió en profesor sustituto. Mi madre también trabajó como profesora. Fui a la escuela pública. Y luego a la Universidad de Princeton. Mi madre quería que fuese médico, así que después de licenciarme en Filosofía, en 1957, fui a la Escuela de Medicina. Enseguida me di cuenta de que no era lo mío. Y tras dos años me alisté en el Ejército. Poco después volví ansioso a Nueva York y empecé mi carrera en Wall Street».
Que un chico judío de barrio estudiase en Princeton es una hazaña de la que Icahn siempre ha presumido. Y más teniendo en cuenta que su padre solo le pagó la matrícula. «No tenía para comer ni dónde dormir. Pero en verano trabajaba como chico de mantenimiento en unas cabañas de playa en Long Island. Compraba grandes cantidades de hielo para vendérselo a los clientes en los días calurosos. Y por las noches jugaba al póker con los dueños. Me compré tres libros, estudié el juego y los desplumé». Cuatro mil dólares que le sirvieron para pagarse manutención y estancia durante su vida académica en la élite.
Su talento para las matemáticas y el enchufe de un pariente le abrieron las puertas de la compañía Dreyfuss en 1961, donde destacó como corredor de Bolsa y se hizo con una buena cartera de clientes. Pero Icahn siempre quiso volar solo. Y en 1968 fundó su propia compañía. Dio la campanada con la adquisición de la Trans World Airlines (TWA) en 1985, en lo que se ha calificado como una de las acciones más rastreras de la historia del capitalismo moderno, pero que creó escuela. Celebró la compra eufórico, poniéndose un uniforme de piloto. Lo que hizo Icahn fue pedir un gran préstamo para comprar la línea aérea y luego trocearla e ir vendiéndola para devolverlo mientras se hacía de oro. Lo liquidó todo, desde los aviones hasta las carritos de las azafatas. Y mandó a miles de empleados al paro. Nostálgico, todavía conserva la maqueta de un Boeing con el logo de TWA en su despacho.
La fama de carroñero lo acompaña desde entonces. La web Salon.com lo coloca entre las diez peores personas que aparecen en la lista Forbes de millonarios. Para él es injusto. «Le encanta ganar, y le encanta el dinero, pero ganarlo solo es una forma de demostrar que por fin se le reconoce lo que vale y lo que ha conseguido», explica el inversor de capital riesgo Leon Black, fundador de Apollo Global Management, un gigantesco fondo 'buitre'.
Pero él no se considera un buitre. él suele fijarse en empresas que suelen estar muy vivas y saludables, aunque infravaloradas. Es un depredador corporativo. Hace acopio de un buen montón de acciones y se lanza a por el consejo de administración; critica, influye, presiona, amenaza con un motín de accionistas... Es lo que hacía en los ochenta y lo que vuelve a hacer ahora, poniendo en la picota a los perplejos presidentes de las compañías por las que apuesta, poco acostumbrados a recibir collejas. No es solo una manera de negociar, hay algo muy íntimo. Una animadversión personal hacia los altos directivos. «Mercenarios como Goldman Sachs», despotrica cuando recuerda los viejos tiempos, en los que una legión de abogados y banqueros intentaban pararle los pies con tácticas igual de discutibles que las suyas. En última instancia y cuando se veían perdidos, los consejeros recurrían al 'paracaídas dorado', asegurándose jugosísimas indemnizaciones y despidos millonarios antes de recibir la patada. Otra práctica que ha perdurado.
Icahn tiene dos hijos treintañeros de su primer matrimonio: Brett y Michelle. A Brett lo educó a su imagen y semejanza. Lo ha tenido once años en la empresa y lo trató como a un empleado más. «Tienes que empezar desde abajo y sin ventajas», le dijo. En cierta ocasión, Brett le pidió 300 millones para un negocio. Papá Icahn dijo nones. Aprendió la lección y, como le sucediera a su padre, cuando supo de qué iba la historia, voló solo. Ahora tiene su propio fondo de inversiones e incluso le ha mojado la oreja a su progenitor en una ocasión, ganando más que él en el forcejeo con la dirección de Netflix, la empresa de streaming. Y eso que él ganó 800 millones. «Siempre fue un chico receptivo y atento. Y heredó mi cinismo sobre Wall Street», se vanagloria. Y le queda Michelle, que iba para maestra de escuela, como su abuela, pero que tiene el gen de los negocios en la sangre y se ha unido a la firma. Así que Icahn puede descansar tranquilo. Pero no lo hará.
Los ceo en la diana de Icahn
TIM COOK. Apple. Con Tim Cook lleva forcejeando meses. Le deja recados en Twitter. El mensaje: «Apple no es un banco y tiene mucho dinero, ¡que lo repartan!». Cook ha anunciado que recomprará a sus accionistas en 2014 un tercio de lo que pedía Icahn. El magnate parece conforme... de momento.
JERRY YANG Yahoo! La batalla en 2008 entre el fundador Yahoo!, Jerry Yang, e Icahn fue titánica. «Allí donde va el tiburón, la acción se hunde», se mofó Yang. Pero Icahn compró 60 millones de acciones a 24 dólares y al mes las vendió a 33. ¡Qué más le daba lo que pasase después!
JOHN DONAHUE. ebay. Las nuevas camadas de ejecutivos ya no tiemblan ante su presencia como en los ochenta. Nada más desembarcar en eBay, Icahn le recomendó a John Donahue que el servicio de pagos de PayPal se independizase. Más que una sugerencia fue una orden. Donahue se encogió de hombros y le plantó cara.
REED HASTINGS. Netflix. El presidente de Netflix le advirtió tras comprar el diez por ciento de la compañía y de presionarlo para que se repartiesen dividendos: «Si quieres guerra, la tendrás». Hastings recurrió a una maniobra de bloqueo. Pero no pudo impedir una retirada gloriosa de Icahn: en enero se embolsó 800 millones.
MICHAEL DELL. Dell. El verano pasado se querelló contra Dell para impedir que el fundador de la compañía de ordenadores la privatizase. Icahn, que controlaba el 9 por ciento, acabó rindiéndose. «He perdido», reconoció. Pero luego tuiteó que retiraba la demanda porque tenía «cosas mejores que hacer con los 2000 millones» ganados en la venta de sus títulos.
Según Time, Icahn es la auténtica inspiración del personaje que encarna Leonardo DiCaprio en la película El Lobo de Wall Street y no el corredor de Bolsa Jordan Belfort, que no es más que un pícaro comparado con el rey de los hunos, Icahn el Bárbaro, como se lo conocía en los años ochenta. Pero no sería la primera vez que Hollywood se fija en Icahn. Michael Douglas, en Wall Street, y Richard Gere, en Pretty woman, reconocieron su influencia. Marcó un estilo de hacer negocios. «Es el hombre más avaricioso sobre la faz de la Tierra», dijo sobre él el presidente de la compañía aérea TWA, que Icahn despedazó sin miramientos. Lo extraordinario es que a Carl se le creía dormido... o por lo menos saciado. Se supone que su tiempo ya pasó. ¿Qué hace un septuagenario como él en un mundo empresarial como el de hoy, que lo único en común que tiene con el de su época dorada es la codicia?
Pero Icahn ha vuelto... y está desatado. «Lo qué más me motiva en la vida es hacer dinero», reconoce. En los últimos dos años ha entrado como elefante en una cacharrería en el accionariado de catorce compañías. Y no se conforma con empresas renqueantes a las que dar la puntilla. Va a por las joyas de la corona. Su obsesión por Apple lo ha catapultado a los titulares. Pero antes fueron Yahoo!, Dell, Netflix, eBay, Motorola... Gigantes tecnológicos que primero reaccionan desdeñando las pretensiones de un abuelo que llama por teléfono a la centralita y que pide que le pongan con el presidente ejecutivo. «¿De parte de quién?». «De un accionista». Pueden ridiculizarlo, pueden tenerlo esperando días o semanas... Pero al final, cuando los magnates de Silicon Valley aquellos mozalbetes que iban al instituto cuando Icahn amasó su fortuna se percatan de que el abuelo tiene cash para firmarle el finiquito a medio consejo de administración y amenaza con poner en pie de guerra a miles de accionistas insatisfechos, se ponen al teléfono.
Tim Cook, el sucesor de Steve Jobs al frente de Apple, lo hizo. A las cinco de la madrugada. Una hora perfecta para Icahn, que nunca se va a la cama antes. «Tim, Apple tiene demasiado dinero. Y no es un banco. ¿Qué estáis haciendo? No entiendo por qué no repartís las ganancias», le soltó. Para entonces, Icahn ya había comprado 4100 millones de dólares en acciones de Apple, porque consideraba que estaban baratas [habían caído un ocho por ciento porque el mercado de móviles está saturado]. Y publicó una carta abierta en su blog para pedir que Apple recomprase acciones por valor de 50.000 millones. Básicamente estaba poniendo el cazo en su nombre y en el de los pequeños accionistas. Porque según sus biógrafos, Icahn se considera a sí mismo un activista del capitalismo, un renegado, casi un Robin Hood; con la salvedad de que le roba a los ricos para hacerse más rico. Cook se resistió primero. Tenemos que centrarnos en nuevos productos y blablablá... Icahn le respondió desde Twitter sugiriendo que ya iba siendo hora de que la compañía sacase un producto rompedor, porque el último había sido el iPad, hace cuatro años. A buen entendedor: en vida de Jobs. Al hilo del tuit, las acciones de Apple cayeron otro uno y pico por ciento. Y Cook le vio por fin las orejas al lobo; y anunció una recompra de acciones de 14.000 millones.
Bastante menos de lo que exigía Icahn, pero este se ha conformado. Y las acciones de Apple suben de nuevo.Cook puede alegar que le ha parado los pies al abuelo. Pero Icahn ha hecho negocio. A él le gustan las ganancias inmediatas, adrenalínicas. Nada como una gran pila de fichas sobre el tapete verde. Que sea irónico y le guste hacer chistes «mi gran contribución a la humanidad fue abandonar la carrera de Medicina» no implica que no tenga un alto concepto de sí mismo. Es orgulloso. Y se le nota cuando lo comparan con Warren Buffett. ¿Quién es el mejor inversor de todos los tiempos: Buffett o Icahn? Es una pregunta que se hace el analista Andrew Feinberg. «Icahn no entiende que todo el mundo ame a Buffett y a él le hagan picadillo». Atendiendo al porcentaje de ganancias, Icahn ganaría por goleada. Su fondo, Icahn Enterprises, ha tenido un asombroso rendimiento del 840 por ciento desde el año 2000, mientras que Berkshire Hathaway, liderado por el Sabio de Omaha, ha ganado el 250 por ciento.
A icahn le gustaría ser el gurú del mundofinanciero, pero no lo es por dos razones. Cuando Buffett entra en una empresa, es para quedarse, durante décadas si es preciso... Es una bendición que causa un efecto llamada a largo plazo. A Icahn lo temen demasiado. Es cierto que se ha descrito un 'efecto Icahn', efervescente y efímero, cuando compra acciones de una compañía. Los inversores cortoplacistas lo imitan. Pero al cabo de unos meses o unos pocos años los valores caen, e incluso la empresa puede acabar descuartizada y en liquidación. Pero antes de que suceda, Icahn ya vendió oportunamente sus participaciones. La otra gran diferencia es que Buffett maneja sobre todo dinero de sus inversores, aunque su patrimonio personal casi triplica el del neoyorquino. Pero en Icahn Enterprises el 93 por ciento de los fondos son de Icahn. Él se lo guisa y él se lo come. Aunque ahora se ha encaprichado de las tecnológicas, le gusta el picoteo variado: farmacéuticas, inmobiliarias, medios de comunicación, casinos... Pero su fuente de liquidez es la energía. Tiene una flotilla inmensa de vagones cisterna para el transporte desde las refinerías y es uno de los que más tajada están sacando en los Estados Unidos a la revolución del fracking, la controvertida técnica de fracturación hidráulica que ha destapado grandes reservas de petróleo y gas, a costa de seísmos y contaminación de acuíferos.
Otro rasgo superlativo de la personalidad de Icahn es que tiene una necesidad casi patológica de demostrar que él tiene razón. Primero a su padre, que nunca aprobó sus métodos. Ni los entendió. Cuenta Icahn que una vez, siendo ya anciano, fue con una libreta a que le explicase qué es lo que hacía y por qué ganaba tanto dinero. Cuando habla de él, lo suele hacer con unas gotas de sarcasmo. «Nací en Brooklyn y crecí en Queens, barrios duros. Mi padre era un cantante de ópera frustrado que se resignó a cantar en un coro. El hecho de que fuese un ateo dogmático no lo ayudó exactamente a avanzar en su profesión y después de unos años se convirtió en profesor sustituto. Mi madre también trabajó como profesora. Fui a la escuela pública. Y luego a la Universidad de Princeton. Mi madre quería que fuese médico, así que después de licenciarme en Filosofía, en 1957, fui a la Escuela de Medicina. Enseguida me di cuenta de que no era lo mío. Y tras dos años me alisté en el Ejército. Poco después volví ansioso a Nueva York y empecé mi carrera en Wall Street».
Que un chico judío de barrio estudiase en Princeton es una hazaña de la que Icahn siempre ha presumido. Y más teniendo en cuenta que su padre solo le pagó la matrícula. «No tenía para comer ni dónde dormir. Pero en verano trabajaba como chico de mantenimiento en unas cabañas de playa en Long Island. Compraba grandes cantidades de hielo para vendérselo a los clientes en los días calurosos. Y por las noches jugaba al póker con los dueños. Me compré tres libros, estudié el juego y los desplumé». Cuatro mil dólares que le sirvieron para pagarse manutención y estancia durante su vida académica en la élite.
Su talento para las matemáticas y el enchufe de un pariente le abrieron las puertas de la compañía Dreyfuss en 1961, donde destacó como corredor de Bolsa y se hizo con una buena cartera de clientes. Pero Icahn siempre quiso volar solo. Y en 1968 fundó su propia compañía. Dio la campanada con la adquisición de la Trans World Airlines (TWA) en 1985, en lo que se ha calificado como una de las acciones más rastreras de la historia del capitalismo moderno, pero que creó escuela. Celebró la compra eufórico, poniéndose un uniforme de piloto. Lo que hizo Icahn fue pedir un gran préstamo para comprar la línea aérea y luego trocearla e ir vendiéndola para devolverlo mientras se hacía de oro. Lo liquidó todo, desde los aviones hasta las carritos de las azafatas. Y mandó a miles de empleados al paro. Nostálgico, todavía conserva la maqueta de un Boeing con el logo de TWA en su despacho.
La fama de carroñero lo acompaña desde entonces. La web Salon.com lo coloca entre las diez peores personas que aparecen en la lista Forbes de millonarios. Para él es injusto. «Le encanta ganar, y le encanta el dinero, pero ganarlo solo es una forma de demostrar que por fin se le reconoce lo que vale y lo que ha conseguido», explica el inversor de capital riesgo Leon Black, fundador de Apollo Global Management, un gigantesco fondo 'buitre'.
Pero él no se considera un buitre. él suele fijarse en empresas que suelen estar muy vivas y saludables, aunque infravaloradas. Es un depredador corporativo. Hace acopio de un buen montón de acciones y se lanza a por el consejo de administración; critica, influye, presiona, amenaza con un motín de accionistas... Es lo que hacía en los ochenta y lo que vuelve a hacer ahora, poniendo en la picota a los perplejos presidentes de las compañías por las que apuesta, poco acostumbrados a recibir collejas. No es solo una manera de negociar, hay algo muy íntimo. Una animadversión personal hacia los altos directivos. «Mercenarios como Goldman Sachs», despotrica cuando recuerda los viejos tiempos, en los que una legión de abogados y banqueros intentaban pararle los pies con tácticas igual de discutibles que las suyas. En última instancia y cuando se veían perdidos, los consejeros recurrían al 'paracaídas dorado', asegurándose jugosísimas indemnizaciones y despidos millonarios antes de recibir la patada. Otra práctica que ha perdurado.
Icahn tiene dos hijos treintañeros de su primer matrimonio: Brett y Michelle. A Brett lo educó a su imagen y semejanza. Lo ha tenido once años en la empresa y lo trató como a un empleado más. «Tienes que empezar desde abajo y sin ventajas», le dijo. En cierta ocasión, Brett le pidió 300 millones para un negocio. Papá Icahn dijo nones. Aprendió la lección y, como le sucediera a su padre, cuando supo de qué iba la historia, voló solo. Ahora tiene su propio fondo de inversiones e incluso le ha mojado la oreja a su progenitor en una ocasión, ganando más que él en el forcejeo con la dirección de Netflix, la empresa de streaming. Y eso que él ganó 800 millones. «Siempre fue un chico receptivo y atento. Y heredó mi cinismo sobre Wall Street», se vanagloria. Y le queda Michelle, que iba para maestra de escuela, como su abuela, pero que tiene el gen de los negocios en la sangre y se ha unido a la firma. Así que Icahn puede descansar tranquilo. Pero no lo hará.
Los ceo en la diana de Icahn
TIM COOK. Apple. Con Tim Cook lleva forcejeando meses. Le deja recados en Twitter. El mensaje: «Apple no es un banco y tiene mucho dinero, ¡que lo repartan!». Cook ha anunciado que recomprará a sus accionistas en 2014 un tercio de lo que pedía Icahn. El magnate parece conforme... de momento.
JERRY YANG Yahoo! La batalla en 2008 entre el fundador Yahoo!, Jerry Yang, e Icahn fue titánica. «Allí donde va el tiburón, la acción se hunde», se mofó Yang. Pero Icahn compró 60 millones de acciones a 24 dólares y al mes las vendió a 33. ¡Qué más le daba lo que pasase después!
JOHN DONAHUE. ebay. Las nuevas camadas de ejecutivos ya no tiemblan ante su presencia como en los ochenta. Nada más desembarcar en eBay, Icahn le recomendó a John Donahue que el servicio de pagos de PayPal se independizase. Más que una sugerencia fue una orden. Donahue se encogió de hombros y le plantó cara.
REED HASTINGS. Netflix. El presidente de Netflix le advirtió tras comprar el diez por ciento de la compañía y de presionarlo para que se repartiesen dividendos: «Si quieres guerra, la tendrás». Hastings recurrió a una maniobra de bloqueo. Pero no pudo impedir una retirada gloriosa de Icahn: en enero se embolsó 800 millones.
MICHAEL DELL. Dell. El verano pasado se querelló contra Dell para impedir que el fundador de la compañía de ordenadores la privatizase. Icahn, que controlaba el 9 por ciento, acabó rindiéndose. «He perdido», reconoció. Pero luego tuiteó que retiraba la demanda porque tenía «cosas mejores que hacer con los 2000 millones» ganados en la venta de sus títulos.
A los cielos y a
la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante
la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues,
la vida, para que vivas tú y tu descendencia. Deuteronomio 30:19
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