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El Texto Sagrado en el libro de Proverbios, capítulo 14, versículo 30, indica: “El corazón apacible es vida de la carne; mas la envidia es carcoma de los huesos”. La envidia es un pecado despreciable. Es mirar con mala voluntad a otra persona.

El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española la define como “Tristeza o pesar por el bien ajeno; sentimiento de animadversión contra el que posee una cosa que nosotros no poseemos”.

La envidia impide que las personas aprecien y disfruten de lo que tienen, trae infelicidad, nos empequeñece, nos impide rendir honor al que sobresale y aplaudir al ganador, nos hace ser antipáticos.

Por la envidia José fue vendido como esclavo por sus hermsanos: Israel amaba a José más que a todos sus hijos, por haberle engendrado en la vejez, y le hizo una túnica larga con mangas. Al ver, pues, sus hermanos que el padre le amaba más que a todos sus hijos, le odiaban, y no podían hablarle sin odio.  Un día les contó un sueño que había tenido: Estaban en el campo atando haces de trigo y el suyo se mantenía derecho mientras los haces de sus hermanos se inclinaban rodeándolo para adorarlo.  En otro sueño, les contó que el Sol, la Luna y las estrellas también lo adoraban. Jacob le reprendió por contar estos sueños y, como temía, la envidia de sus hermanos se convirtió en odio.
 
 Moisés, quien tuvo que pasar de ser el sobrino amado de Faraón, a pasar 40 años desterrado en el desierto para que en él se cumpliera el plan de liberación del pueblo de Israel de la esclavitud, Moisés había nacido para ser el instrumento de su liberación.


José, Moisés y muchos otros tenían algo en común….habían decidido depender de Dios, tenían una relación de amor y obediencia al Señor y sabían quién era el Todopoderoso, y es que cuando Dios tiene un plan para nosotros…nada lo detiene!

La envidia destruye. Los envidiosos se sienten desdichados, inferiores, aburridos, sienten celos, rencor, rabia, sufrimiento, desazón, disgusto y resentimiento. Este sentimiento aniquila el crecimiento personal, crea obstáculos a la felicidad de los demás y trata de destruir el mérito y la gloria. De la envidia brota la codicia. “No codiciaras” dice la Biblia en el libro de Éxodo 20: 17.

“La Biblia tiene mucho que decir sobre el pecado de la envidia. Está clasificada en las compañías impías de la injusticia, de la fornicación, la perversidad, la avaricia, el homicidio, la contienda, el engaño, la detracción, el odio a Dios, la desobediencia y la mentira. (Romanos 1:29-30)”.

La envidia se manifiesta a todos los niveles, sin importar la clase social u organizaciones: en el ámbito familiar, empresarial, militar, profesional, laboral, político, religioso, pastoral en fin, en cualquier espacio de competencia y de reunión de un colectivo, sobre todo, si se tiene talento.

Distintas figuras de trascendencia mundial se han expresado a cerca de la envidia:

Para Napoleón Bonaparte “la envidia es una declaración de inferioridad”; Francisco de Quevedo, escritor español, expresó “la envidia es flaca y amarilla porque muerde y no come”; Víctor Hugo, novelista francés, definió al envidioso como “un ingrato que detesta la luz que le alumbra y le calienta”; Miguel de Unamuno, filósofo y escritor español define la envidia como el hambre espiritual, y Leonardo Da Vinci, pintor y escultor italiano, lo dijo de manera elocuente: “en cuanto nace la virtud, nace contra ella la envidia, y antes perderá el cuerpo su sombra que la virtud su envidia”; el colombiano Antonio José Nariño, político y militar y uno de los precursores de la emancipación de las colonias americanas del Imperio español, escribió: “Al principio del reino de Tiberio Ö la complacencia, la adulación, la bajeza, la infamia, se hicieron artes necesarias a todos los que quisieron agradar Ö desde la hora en que triunfa el hombre atrevido, desvergonzado, intrigante, adulador, el reino Tiberio empieza y el de la libertad acaba...”.

Y es que el envidioso vive perturbado y amargado, no obstante, si envidian tus éxitos y tus logros porque eres brillante, no dejes de brillar. No permitas que te lastimen ni que te hieran, sigue trabajando aunque tu luz moleste a los demás. Siempre habrá alguien que te apoye. Tu legado permanecerá. Tu recuerdo quedará no importa lo que pase o lo que digan.

Cuenta la leyenda, que una vez, una serpiente empezó a perseguir a una luciérnaga; ésta huía rápido y con miedo de la feroz depredadora, pero la serpiente no pensaba desistir. Huyó un día y ella no desistía, dos días y nada. En el tercer día, ya sin fuerzas, la luciérnaga paró y dijo a la serpiente:

--¿Puedo hacerte tres preguntas?

--No acostumbro dar este precedente a nadie, pero como te voy a devorar, puedes preguntar.

--¿Pertenezco a tu cadena alimenticia?

--No.

--¿Yo te hice algún mal?

--No.

--Entonces, ¿Por qué quieres acabar conmigo?

--Porque no soporto verte brillar.

Con frecuencia nuestras acciones y comportamientos provocan la envidia de los demás, sobre todo si hacemos las cosas de manera correcta y eficiente. Alguien tratará de buscar el lado negativo, no importa lo beneficiosas que sean tus actuaciones. Por lo general uno termina diciendo: ¿Por qué me reprochan y me cuestionan si lo único que hago es hacer las cosas bien sin dañar a nadie? La respuesta es sencilla: no soportan verte billar, como dice la leyenda. Piensa que los envidiosos nunca dejarán de ironizar sobre tu orgullo, sobre tu soberbia, pero al final es imposible tapar el sol con una sombrilla, el resplandor y la luz permanecerán y seguirás brillando.

La mejor manera de superar este sentimiento, es asumiendo lo que expresa un fragmento de la canción Desiderata: “Siempre habrá personas más grandes y más pequeñas que tú”. Todos somos maestros y podemos enseñar y aprender de los demás. En lugar de criticar lo que otros hacen, poseen o disfrutan, es mejor aprender cómo lo hacen y cómo lo han logrado.

Enrique Nieto, escritor español, cuenta que “tu vida no cambia cuando cambia tu jefe, cuando tus amigos cambian, cuando tus padres cambian, cuando tu pareja cambia, cuando tu pastor cambia. Tu vida cambia, cuando tú cambias, eres el único responsable por ella. Examínate y no te dejes vencer.”

Imagina que un día un grupo de empleados de una empresa lleguen a su trabajo a la hora acostumbrada y se encuentren en la puerta de la empresa con un letrero que diga: Ayer falleció la persona que impedía tu crecimiento en la empresa. En el patio central está el cadáver. Todos los empleados deben participar del funeral. En principio todos estaban tristes por el fallecimiento de su compañero. Sin embargo, todos estaban curiosos por saber quién impedía su crecimiento. El interés mostrado por cada empleado por ver la cara del verdugo originó en tumulto, que hizo necesario la intervención de la seguridad para poner el orden. Todos se preguntaban: ¿Quién será el que estaba impidiendo mi progreso? ¡Qué bueno que murió! Cuando pasaban frente al ataúd, miraban y se quedaban estupefactos, en el más absoluto silencio. Dentro del ataúd había un espejo, cada uno se veía a sí mismo y leían un texto que decía: Todo ser humano posee virtudes, dones, talentos y cualidades que puede potencializar y ponerlas al servicio de causas nobles y de metas alcanzables. Solo tú puedes limitar tu crecimiento, perjudicar tu vida y ayudarte a ti mismo.

Nieto lo expresa con la siguiente metáfora: “El mundo es como un espejo, que devuelve a cada persona, el reflejo de sus propios pensamientos. La manera como tú encaras la vida es lo que hace la diferencia”

La felicidad se logra, no cuando haces lo que quieres sino cuando quieres lo que haces. El éxito dependerá de asumir un fracaso como un capítulo en tu vida y una lección para aprender y seguir avanzando. El desafío es convertir la adversidad en oportunidad. Para lograrlo tus pensamientos deben ser positivos para que se conviertan en palabras, en acciones, en hábitos, en valores que guíen tu destino.

Salmo 37:1 “No te impacientes a causa de los malignos, ni tengas envidia de los que hacen maldad”
* “Demasiados cristianos envidian el placer de los pecadores y el gozo de los santos, porque no tienen ni lo uno ni lo otro” (Martín Lutero)

No envidies al que brilla. Imítalo. Trabaja y tendrás éxito.

La increíble y sorprendente historia del poderoso expresidente de Comcel que terminó viviendo en la pobreza.

Como presidente de Comcel, a Adrián Hernández le correspondió poner en marcha la operación tecnológica más avanzada en su momento en las telecomunicaciones colombianas.

 

En la noche del 31 de enero de 2008, Adrián Hernández destapaba una botella de Jack Daniel's, su bebida favorita, mientras despachaba un banquete pantagruélico que ordenó al restaurante de su amigo Harry Sasson y celebraba con el círculo más íntimo lo que había ocurrido pocas horas antes. Comcel, la compañía de la que él era presidente, puso en marcha ese día la operación tecnológica más avanzada en su momento en las telecomunicaciones colombianas, la telefonía 3G, y él se había encargado de anunciarlo al país. Fue la hora de mayor gloria en la carrera exitosa de un hombre de origen humilde que comenzó como albañil y llegó a ser uno de los generales más destacados en las tropas del hombre más rico del mundo, Carlos Slim. Estaba a la cabeza de la segunda empresa privada más grande de Colombia, que facturaba cerca de 6 billones de pesos al año y era el anunciante más grande del país. Tenía 23 millones de clientes, más del 60 por ciento del mercado.

Gracias a su ingenio, habilidad para los negocios y su visión, Adrián Hernández, en cuestión de unos pocos años, convirtió a Comcel en la segunda empresa más poderosa de Colombia (después de Ecopetrol), era uno de los ejecutivos mejor pagados y podía hablar con el presidente de la República cuando quería. Su afición por el whisky, los perfumes, las mujeres y los hoteles de lujo era la recompensa justa para tantos años de dura batalla contra las adversidades que su origen humilde había puesto en el camino. Nada hacía pensar, aquella noche de celebración en el norte de Bogotá, que días tan oscuros y sórdidos le esperaban más adelante, y que terminaría con una cuchilla de afeitar en la mano, listo para cortarse las venas en una pensión de la calle 26.

El ejecutivo que masificó la telefonía móvil, que llevó teléfonos celulares hasta remotos rincones en donde jamás había llegado el teléfono fijo, que le ayudó al multimillonario Slim a construir su imperio global y que coleccionaba relojes Rolex terminó pidiendo dinero para comer, postrado por una terrible enfermedad y olvidado para siempre por sus amigos y familia. ¿Cómo pudo ocurrir todo aquello?

El mexicano Adrián Hernández nació en Delicias, en el estado de Chihuahua, en donde se come carne seca y se preparan los burritos más prestigiosos de todo México. Hijo de un albañil y nieto de un soldado que combatió junto a Pancho Villa, Adrián creció en la pobreza y en ella forjó su olfato para los negocios. De niño conseguía juguetes viejos, los pintaba y colocaba en el centro de aros de alambre, y cobraba a sus amigos por dispararles pelotas de trapo para derribarlos. “A los ocho años yo era el único niño con crédito en la tienda del barrio”, recuerda. Vendía paletas, alquilaba revistas de cómics y ayudaba a su padre en la construcción; y encima obtenía las mejores notas en la escuela. Y así como abrigaba desde entonces sueños de negocios y prosperidad, había espacio también en su cabeza para leer, desde La Odisea y El principito, hasta las biografías de Napoléon, Tito y Stalin, de cuya sabiduría estratégica exprimió lecciones que le serían útiles años después.

Sin abandonar el trabajo en la construcción, junto a su padre, Adrián fue a la Universidad Autónoma de Chihuahua y se graduó como contador público y a partir de allí todo comenzó a ir mejor. Obtuvo empleo en una empresa local, el primero en el que no tenía que vérselas con cemento, ladrillos y sujetos rudos y pendencieros. Después trabajó como profesional independiente, llevando la contabilidad de pequeñas empresas, hasta que alguien le abrió una puerta que lo llevaría lejos. Fue reclutado para trabajar en el área administrativa de una compañía apenas en pañales, Telcel, cuando Carlos Slim hacía los pinitos en el negocio que lo convertiría años después en el número uno de la lista Forbes. Allí estaba destinado a permanecer tranquilo en su pequeño escritorio del área administrativa, pero Adrián podía hacer más que eso; y lo hizo.

La oportunidad llegó cuando, por razones accidentales, ni su jefe ni el jefe de su jefe pudieron atender una cita con los directivos de más alto nivel, y el joven Hernández se vio sentado en una enorme sala de juntas, rodeado de yuppies que habían estudiado en Stanford y Harvard, vestían Armani y apestaban a arrogancia. Era inevitable sentirse un ‘patito feo’ en medio de tantos dandis, pero en ese punto se vio quién era Adrián Hernández. Estuvo en desacuerdo con casi todo y expresó sus opiniones sin titubear. Su franqueza valiente, sus ideas audaces y su irreverencia llamaron la atención del señor de bigote que presidía la reunión, el gran Carlos Slim, quien lo encontró ideal para abrir trocha en sus planes de expansión por el continente. Y lo envió a Guatemala, a dirigir la primera operación de América Móvil por fuera de territorio mexicano. En Guatemala hizo maravillas con pocos recursos, porque está en el ADN de Slim invertir poco y ganar bastante. Y mostró a América Móvil que era factible conquistar las telecomunicaciones latinoamericanas.

En octubre de 2001 llegó a Bogotá, para hacerse cargo de la recién adquirida Comcel, que América Móvil compró a Bell Canada. Recibió una empresa con números en rojo y con una penetración del mercado del 6 por ciento, y en pocos años la convirtió en el operador dominante, en la segunda empresa más grande de Colombia por rentabilidad y en la compañía emblemática de las comunicaciones celulares en el país. Para lograrlo debió prácticamente reinventar la empresa; implementó procesos, modernizó infraestructuras, revolcó las prácticas corporativas y, especialmente, construyó una red de distribuidores poderosa que le ayudó en la vertiginosa expansión en el mercado colombiano.
 
La caída

Tras dos décadas y media en las filas de Slim, Adrián Hernández, que siempre se reconoció como un ‘patito negro’, por raza y origen social, había llegado lejos y tenía por debajo suyo a varios ‘patitos amarillos’ como él llama a ejecutivos de alcurnia y apellido. Tantos años de férrea carrera por el ascenso le habían dejado algunos enemigos poderosos y cuando gozaba de los placeres del éxito y le embriagaba el poder, le llegó su hora. El 24 de agosto de 2009 se le notificó su despido de América Móvil. Unas horas antes había estallado un escándalo mediático, en el que se le involucró con operaciones de negocios que afectaban a la compañía.

La red de distribuidores que él promovió y que fue la espada más poderosa para el crecimiento de Comcel, se convirtió en su talón de Aquiles. Le acusaron de beneficiarse de ella, aunque él insiste en que le cobraron no haber manejado a los distribuidores como la empresa quería. Tuvo fuertes contradicciones con Daniel Hajj, nada menos que presidente de América Móvil y yerno de Carlos Slim, y ese día se vio ante dos alternativas: pelear contra la familia más poderosa del planeta o aceptar una atractiva propuesta de liquidación y hacerse a un lado.

Optó por lo segundo. Masticando el duro golpe, trató de sanar el orgullo herido y emprendió con su esposa un viaje alrededor del mundo, mientras pasaba el periodo de cuatro años en que no podría volver al sector de telecomunicaciones, según el acuerdo de retiro que había firmado. Hasta que una mañana, desayunando en el Ritz en París, notó ese temblor en sus dos manos y una rigidez inusual en la pierna derecha. El delicioso hotel Ritz le sirvió en la mesa el primer anuncio de que sus verdaderas desgracias en la vida estaban apenas por comenzar.

El párkinson lo postró en cama por año y medio. El dinero se acabó, la esposa y los hijos lo abandonaron, los amigos que descorchaban con él botellas de vino en las fiestas le dieron la espalda y su vida dio un giro espectacular hacia la pobreza y la ruina moral. El peso de sus constantes infidelidades, que la esposa soportó con estoicismo por años, hizo que el matrimonio colapsara. Un acuerdo de divorcio le arrancó lo poco que le quedaba y él, sumido en la depresión, no quiso pelear. El hombre que se fajaba con cualquiera en las calles de Delicias en sus años de adolescencia; el mismo que aceptó sin titubear cualquier reto de negocios que Carlos Slim le encargó; el que jamás lloró ni se quejó, ni siquiera cuando recibía algún castigo en la niñez, ya no tenía fuerzas para combatir.

Pasó encerrado en su habitación el periodo más duro del párkinson, todavía bajo el mismo techo con su esposa e hijos, pero sometido, según recuerda, a un verdadero ‘matoneo’ familiar. Le quitaron sus cuentas bancarias, nadie le dirigía la palabra y sus días transcurrían en silencio frente al televisor. La esposa fue implacable; vendió su colección de corbatas y un día le pidió que abandonara la casa.
Durmió en donde pudo, deambuló de sitio en sitio y conoció personalmente la ingratitud humana. Un antiguo compañero de trabajo, a quien Adrián le cedió años atrás su bono navideño para ayudarle a pagar una costosa cirugía, se negó a tenderle la mano.

Empeñó sus relojes de lujo y sus palos de golf, pero todo aquello apenas le permitió mantenerse unos cuantos meses y terminó viviendo en una muy modesta pensión en un barrio pobre de Bogotá hasta verse en la penosa necesidad de pedir dinero para comer. Adrián Hernández caminaba muy difícilmente apoyado en un bastón, el cuerpo tembloroso y el bolsillo absolutamente vacío. La mayoría de sus amigos se negaban a recibirlo mientras los distribuidores de teléfonos móviles que él ayudó a enriquecer con las franquicias de Comcel se hicieron los de la vista gorda. Sin familia ni casi amigos, Adrián añoraba los días en Delicias, cuando corría tras una pelota de goma y cazaba chapulines, y se sentaba a la mesa con sus hermanos en la noche.
La salvación

La vida no tenía sentido. En el último año fallecieron dos de sus seres más queridos; su padre y su hermana, cuyas ausencias solo sumaban más dolor a la tragedia que carga encima desde la muerte de uno de sus hijos en un accidente de tránsito. No había manera de regresar y el cuerpo pedía a gritos un descanso definitivo. Y Adrián decidió entonces ponerle fin a su aventura en este planeta. Consiguió una navaja y se sentó en la ducha, listo para hacer su movida más trágica. Pero, como buen sibarita, decidió darle una última oportunidad a su espíritu apasionado. Y en la noche de aquel día le fue enviada la salvación: con 54 años, muy enfermo y muy pobre, había pocas posibilidades de que una mujer joven y sexy se fijara en él. Pero, como tantas otras cosas asombrosas, ocurrió. Una mujer que se atravesó en su camino lo enamoró perdidamente y le devolvió las ganas de vivir. Alguien se había acordado de él y le enviaba bendiciones increíbles. Un viejo conocido le encargó un trabajo de cabildeo por unos cuantos pesos, y alguien más le ayudó con alguna otra cosa. Y así pequeñas puertas empezaron a abrirse de un modo milagroso, hasta que, para darle un final feliz a su historia, fue informado que unas viejas acciones que había adquirido con el dinero de la liquidación que recibió al salir de Comcel estaban disponibles finalmente, después de muchas trabas legales ajenas a su voluntad.

El párkinson está más o menos bajo control, pero los medicamentos le causaron un sobrepeso excepcional. Llegó a pesar 150 kilos, camina y respira con suma dificultad, apoyado en un bastón y vive todavía muy modestamente. Tiene planes de emprendimientos pequeños –nada en telecomunicaciones, por supuesto–, y quiere una nueva familia al lado de la mujer que adora. “Soy una persona que se equivocó, alguien que erró el camino; pero encontré después la felicidad en las cosas sencillas”, sostiene. Ya no añora sus noches en el Ritz, ni sus relojes; ni quiere vivir en el norte de Bogotá. Está convencido que Dios le dio una segunda oportunidad y no piensa echarla a perder. El hombre que creyó que la felicidad estaba en la fortuna, en la fama y en las fiestas con mucho whisky planea hoy vivir en una pequeña casa de campo, y preparar buena comida los domingos para reunir a su familia.Hoy es un hombre renovado. “Mi concepto de grandeza y felicidad ha cambiado. Tener conocimiento de negocios no me hace grande. Tener dinero no me hace grande. Ahora quiero tener una buena relación con Dios, una relación fuerte con mi pareja y llevar una vida sencilla”, dice Adrián Hernández. Sin duda, se sale siendo otro, después de semejante odisea.

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Más allá de nuestros ojos esta el trono de Dios


En una zona de altas montañas, un águila enseñaba a su pichón a volar. Eran días de un benigno verano que permitía disfrutar el azul del cielo despejado. Al llegar el otoño, el cielo se cubrió de densas nubes negras. El pichón, acostumbrado a ver el cielo y el sol, pegó un grito de desesperación. No veía ese manto celeste con su sol resplandeciente.

El águila, viendo esto, le pidió que le acompañara y juntas remontaron vuelo y luego de una trabajosa travesía, ambas estaban por encima de las nubes.

El pichón estaba radiante de alegría, por fin habían desaparecido los molestos nubarrones que le impedían ver el sol y su deslumbrante manto azul.



Muchas veces sucede lo mismo en nuestras vidas, podemos estar viviendo un tiempo de calma, días despejados y de repente grandes nubes cubren nuestro cielo y ya no podemos ver el sol. Entonces nos desesperamos, gritamos, lloramos, nos damos por vencidos y decidimos sentarnos en nuestro nido o nos resignamos a la idea de que tendremos que volar siempre bajo esas nubes negras y que el cielo azul sólo será un hermoso recuerdo.


Sin embargo, el sol sigue ahí y las nubes son pasajeras, sólo necesitas remontar más alto tu vuelo. No importa que tan grande sea tu problema, o que la tormenta haga más lento tu vuelo, hay que levantarse y volar por encima de esas nubes. Recuerda que todos los que esperan en el Señor tendrán nuevas fuerzas, levantarán alas como las águilas.



“En cambio, los que confían en el Señor encontrarán nuevas fuerzas; volarán alto, como con alas de águila. Correrán y no se cansarán; caminarán y no desmayarán”. Isaías 40:31 (NTV)
Si has sido creado con un propósito, si Dios ha puesto en tu corazón grandes sueños, si ya tienes la promesa de que eres más que vencedor, no dejes que unas cuantas nubes detengan tu vuelo, extiende tus alas y vuela sobre las circunstancias.


Los temporales de nuestra vida son simplemente eso:, circunstancias pasajeras. No importa la duración que tengan ni lo embravecidos que estén los vientos o lo oscuro de las nubes que se presenten, lo importante es que pasarán porque son “temporales”.


Decídete en este día, no te enfoques en el problema, despliega tus alas de águila y comienza a volar por encima cada circunstancia.


Ezequiel 1:26 Y sobre el firmamento que estaba por encima de sus cabezas había algo semejante a un trono, de aspecto como de piedra de zafiro; y en lo que se asemejaba a un trono, sobre él, en lo más alto, había una figura con apariencia de hombre.

Un Afectuoso saludos, Juan carela:



 "Dios me ha dado un campo de misión aquí mismo y viviré y moriré en él". 
En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo. Juan 16:33.

Las palabras del Señor son verdaderas también en lo concerniente a la tribulación, y sin duda alguna en ella tengo yo mi parte. Mientras estoy en la tierra, no puede permanecer colgado del trillo, ni tampoco olvidado. ¿Cómo puedo encontrarme en mi propio hogar viviendo en un país de enemigos?, ¿Cómo puedo vivir gozoso estando en el destierro, y cómo en medio del desierto?

La tierra no es lugar de reposo, sino la mansión del horno, de la fragua y del martillo. Mi experiencia está de acuerdo con las palabras del Señor. Yo sé que Él me manda «confiar». Y, sin embargo, soy muy propenso a desalentarme. Mi espíritu se abate en seguida cuando me veo cercado de pruebas. Mas no debo ceder en este sentimiento.

Cuando mi Señor me ordena confiar, no debo dejarme llevar del abatimiento. ¿De qué argumento se sirve para animarme?
Su propia victoria. Él dice: «Yo he vencido al mundo». Su lucha fue mucho más penosa que la mía. Yo no he resistido todavía hasta la sangre.

Considera, alma mía, que el enemigo ha sido vencido una vez; por tanto, peleo con un adversario vencido. ¡Oh, mundo! Jesús te ha derrotado, y en mí, con su gracia, te vencerá de nuevo. Por eso tengo buen ánimo y canto a mi Señor victorioso. Confieso hoy que a pesar de mis aflicciones…El Señor vencerá en mí y a través de mí.

Señor, Gracias porque ninguna de las aflicciones que experimento pueden igualar a tus aflicciones sufridas en la tierra y a pesar de eso venciste. Amén.-

“Ya estoy cansada de ser fría y de correr río abajo. Dicen que soy necesaria. Pero yo preferiría ser hermosa, encender entusiasmos, encender el corazón de los enamorados y ser roja y cálida. Dicen que yo purifico lo que toco, pero más fuerza purificadora tiene el fuego. Quisiera ser fuego y llama”.
Así pensaba en septiembre el agua de río de la montaña. Y, como quería ser fuego, decidió escribir una carta a Dios para pedir que cambiara su identidad.
“Querido Dios: Tú me hiciste agua. Pero quiero decirte con todo respeto que me he cansado de ser transparente. Prefiero el color rojo para mí. Desearía ser fuego. ¿Puede ser? Tú mismo, Señor, te identificaste con la zarza ardiente y dijiste que habías venido a poner fuego a la tierra. No recuerdo que nunca te compararas con el agua. Por eso, creo que comprenderás mi deseo. No es un simple capricho. Yo necesito este cambio para mi realización personal….”.
El agua salía todas las mañanas a su orilla para ver si llegaba la respuesta de Dios. Una tarde pasó una lancha muy blanca y dejó caer al agua un sobre muy rojo.
El agua lo abrió y leyó: “Querida hija: me apresuro a contestar tu carta. Parece que te has cansado de ser agua. Yo lo siento mucho porque no eres una agua cualquiera. En ti fui bautizado por Juan en el Jordán, y yo te tenía destinada a caer sobre la cabeza de muchos niños. Tú preparas el camino del fuego. Mi Espíritu no baja a nadie que no haya sido lavado por ti. El agua siempre es primero que el fuego…”
Mientras el agua estaba embobada leyendo la carta, Dios bajó a su lado y la contempló en silencio. El agua se miró a sí misma y vio el rostro de Dios reflejado en ella. Y Dios seguía sonriendo esperando una respuesta.
El agua comprendió que el privilegio de reflejar el rostro de Dios sólo lo tiene el agua limpia…. Suspiró y dijo: “Si, Señor, seguiré siendo agua. Seguiré siendo tu espejo. Gracias”.
29 El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
30 Este es aquel de quien yo dije: Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque era primero que yo. Juan 1:27; 29 y 30
 Charles Monroe Schulz fue un niño que se caracterizaba por ser el menos destacado de su pequeña escuela rural. Algunos de sus profesores decían que solo tenía talento para dibujar caricaturas en sus cuadernos.

En 1942 terminó sus estudios pasando todas sus materias con mucha dificultad, excepto la de dibujo, definitivamente ese era el único talento en el que destacaba. Pasó el tiempo y tomó unos cursos de dibujo por correspondencia. Por fin en 1945 logró ser profesor de arte pero tuvo que dejar la casa de sus padres para continuar su carrera.

Una noche se sentó en su mesa de dibujo y empezó a hacer unos trazos, se trataba de un niño acompañado de su perro. A Charles le parecieron bastante simpáticos y al día siguiente se las enseñó a un colega suyo, el cual le dijo que eran los dibujos más feos que había visto.

Más tarde se fue con otros compañeros, quienes le dijeron cosas similares y algunos simplemente no querían opinar. Pero Charles no se dio por vencido, convencido de su talento enseñó sus caricaturas a cinco revistas importantes de la ciudad para que las publicaran pero en todas obtuvo el mismo rechazo.
Aun así no se rindió y fue a buscar una sexta opinión, cuando logró la entrevista con la editorial, el director le dijo que le parecían dibujos graciosos y sin quitar la mirada, le preguntó los nombres de aquellos personajes. Charles respondió: -Son Charlie Brown y Snoopy.

La tira cómica Charlie Brown y sus amigos, logró diecisiete mil historias distintas, gracias a que Charles no se rindió al primer rechazo.

Quizás hoy en día el menosprecio y las palabras amargas estén a la orden, siempre dispuestas a apagar los sueños de los que se atrevieron a avanzar. En ocasiones dichas con un claro tono grotesco y otras veces con sutileza, pero al final dejan la misma sensación. Palabras que salieron logrando apagar el sueño de algún emprendedor.

Al final, las críticas siempre estarán ahí sin que podamos modificarlas o evitar que se sigan pronunciando, pero lo real es que nunca nadie tuvo la tarea de acallarlas sino de continuar a pesar de ellas, tal como Noé,quien nunca quiso acallar los comentarios groseros que le hacían, sino que supo continuar adelante a pesar de ellos.
Thomas Carlyle dijo una vez: “Puede ser un héroe lo mismo el que triunfa que el que sucumbe, pero jamás el que abandona el combate”.

Sansón nunca habría llegado a ser parte de la lista de los héroes de la fe, si hubiera aceptado su derrota y se hubiera quedado sin hacer nada. Job no sería un gran ejemplo de perseverancia si habría decido dejarse morir. Jacob no habría sido bendecido, si hubiera dejado de luchar toda la noche con el ángel. Quizás muchos en aquella lista no estarían si se hubieran rendido, si su confianza no habría estado puesta en Dios.

Isaías 41:10 dice: “No tengas miedo, pues yo estoy contigo; no temas, pues yo soy tu Dios. Yo te doy fuerzas, yo te ayudo, yo te sostengo con mi mano victoriosa.” Versión Dios Habla Hoy.







Antes de juzgar a una persona, piensa que puede tener razones que tú no conoces para comportarse así.


Siendo niño pertenecí al club de “Exploradores”. Ahí nos enseñaban, entre otras cosas, la importancia de las buenas acciones. Debíamos imitar a Jesús y realizar, siempre que pudiésemos, actos generosos y nobles, como recoger algún papel en la calle y dejarlo en la papelera; ayudar a lavar los platos en casa; cuidar la fauna y la flora; ayudar a alguna persona anciana o impedida a cruzar la calle; etc. Me gustaba mucho cumplir esas tareas. Me hacían sentir importante. Me hacían sentir bien conmigo mismo.

Un día caminaba por una calle, cuando de repente vi a un perro tirado en plena vía sin poder moverse. Lo habían atropellado. Estaba herido y tenía rotas las dos patas traseras. Los vehículos le pasaban muy de cerca y mi temor era que lo mataran, porque era imposible que él solo pudiera levantarse.

Vi allí una gran oportunidad para hacer una buena acción. Pensé que Jesús le ayudaría, así que como buen “Explorador” detuve el tráfico y me dispuse a rescatar al perro herido y ponerlo a salvo para entablillarle las patas. Con mucho amor y entrega me acerqué a él, pero cuando lo agarré me clavó los dientes en las manos. Inmediatamente me llevaron al hospital y me inyectaron contra la rabia, aunque la “rabia” por el mordisco no se me quitó con la vacuna.

Durante mucho tiempo no entendí por qué el perro me había mordido ¡si yo sólo quería salvarlo! No quería hacerle daño. No sé que pasó y no me lo pude explicar. Yo quería ser su amigo; es más, pensaba curarlo, bañarlo, quedármelo y cuidarlo mucho.

Aquella fue la primera decepción que sufrí por intentar hacer el bien, y en aquel momento no lo comprendí. Que alguien haga daño al que lo maltrata es tolerable, pero que trate mal a quien lo quiere ayudar no es aceptable.

Pasaron muchos años hasta que vi claro que el perro no me mordió. Lo que me mordió fue su herida. Ahora lo entiendo perfectamente. Cuando alguien está mal no tiene paz, está herido en el alma y si recibe amor o buen trato ¡muerde! Pero él no hunde sus dientes, es su herida la que los clava.
Por eso debes ser comprensivo con el malestar de las personas que te rodean. Cuando alguien te grita, te critica o te hace daño, la mayoría de las veces no lo hace porque te quiere mal, sino porque está herido en el alma, y lo que necesita es ayuda y paciencia. Algo malo puede estar pasando en su vida. No te defiendas ni lo critiques, más bien compréndelo, acéptalo y ayúdalo. Así es como se comportaba Jesús, y así es como Él te pide que reacciones. Es parte del difícil aprendizaje de amar a los demás.

Recuerda: “La blanda respuesta apacigua la ira”. El cariño es el mejor bálsamo contra las heridas de la vida y puede cambiar completamente cualquier situación

"Gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación; constantes en la oración." Romanos 12:12.

 "Gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación; constantes en la oración." Romanos 12:12.

Tomado del sitio: Pensamiento diario

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