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El verdadero 'lobo de Wall Street': Jordan Belfort

Lucas 16:9 Y yo os digo: Haceos amigos por medio de las riquezas injustas, para que cuando falten, os reciban en las moradas eternas.

Esta foto fue tomada cuando Jordan Belfort lanzó, arrepentido, el libro sobre sus desmanes.

Hace 15 años, este hombre era la antítesis de lo que es en el presente.

El antipersonaje que acaba de darle a Leonardo DiCaprio su primer Globo de Oro está inspirado en la vida de un corredor de bolsa de Estados Unidos famoso en los años 90 por sus excesos en drogas, sexo y derroche, que terminó en la cárcel por fraude.

Jordan Belfort se gana la vida hoy dictando conferencias sobre la ética de un buen vendedor y dando discursos sobre superación personal. Una buena vida, hay que decir, pues por cada charla, que no dura más de una hora, cobra unos 60,000.00 dolares. Tiene tres hijos, va a la iglesia todos los domingos y se acuesta antes de las 9 de la noche, pues la vida nocturna poco le atrae.

Pero hace 15 años, este hombre oriundo de Long Island, Nueva York, era la antítesis de lo que es en el presente. Más bien un villano de cuello blanco, famoso por sus excesos, que terminó en la cárcel por orquestar uno de los fraudes más grandes de la historia en Estados Unidos.


Su historia, personificada por Leonardo DiCaprio –que el domingo pasado se ganó un Globo de Oro por su papel– y dirigida por Martin Scorsese, acaba de llegar a la gran pantalla con el título El lobo de Wall Street, apodo con el que se conocía a Belfort en esa época y también nombre de un libro biográfico que él mismo escribió cuando estaba en la cárcel.

Aunque el propio Belfort ha dicho que la cinta tiene varios “adornos” más propios de Hollywood que de la vida real; reconoce que en buena parte es un fiel reflejo de una época que quisiera olvidar. “Todavía me enojo cuando recuerdo lo bajo que caí. Pero también he entendido que uno no es el pasado sino el presente.

Hoy soy otra persona y trato, todos los días, de ser un mejor ser humano”, dice este cincuentón que reside en California.

Belfort nació en el seno de una familia judía de clase media y desde muy temprana edad –dice en sus memorias– se obsesionó con la idea de amasar una fortuna y vivir rodeado de los lujos que tanto escaseaban en su casa.

Su primera aventura empresarial, cuando aún estaba en el colegio, fue vendiendo paletas durante el verano en las playas de la localidad. En solo una temporada, el joven, entonces de 17 años, amasó sus primeros 20.000 dólares, con los que pensó financiarse una carrera como dentista, pues tenía la impresión de que en esa profesión se ganaban millones.

Pero la ilusión le duró poco. En su primer día de clases, el decano de la facultad lo desinfló cuando les dijo a los estudiantes que la era dorada de la dentistería ya había pasado y que si pensaban enriquecerse habían escogido la carrera equivocada.

Al día siguiente, Belfort se retiró de la universidad y decidió montar un negocio de venta de pescado, que si bien le daba para vivir, no prometía la fortuna con la que soñaba.

En esas andaba cuando escuchó la historia de un joven del barrio que se había empleado como corredor de bolsa en Wall Street y desde entonces se daba la gran vida. En su libro, Belfort recuerda ese instante como el que cambió todo. Pronto abandonó su precario negocio y se empleó como aprendiz en L. F. Rothchild, una respetada firma de corredores que terminó en bancarrota al cabo de los años.

Allí, el ambicioso Belfort aprendió la mecánica de los mercados y fundó una franquicia de Stratton Securities, otra firma de corredores que negociaban con bonos y valores. A los pocos meses, había recolectado tanto capital que pudo comprar toda la empresa, a la que rebautizó Stratton Oakmont.

Según admite el propio Belfort, en sus comienzos Stratton Oakmont arrancó con intenciones honestas.
“Queríamos hacer plata, pero jugando limpio. Pero Wall Street te va deformando y se va perdiendo la sensibilidad. En un abrir y cerrar de ojos, la gente se convirtió en números. Tenía solo 25 años y perdí el norte¨, sostiene Belfort en una entrevista que le concedió a la revista BusinessWeek.
Juan carela
Una ‘máquina’ de hacer dinero

En los años que siguieron, Stratton se convirtió en una máquina de hacer dinero a través de métodos fraudulentos. De hecho, sobre ese período ya existe otra famosa película, Boiler Room, que llegó al cine en el 2000 y está dedicada también a Belfort y su empresa.

Básicamente, el esquema era comprar grandes paquetes de acciones baratas de compañías con poco futuro, y a su vez vender acciones de esa misma empresa a clientes que ubicaban a través de la guía telefónica. Cuando las ventas habían disparado el valor de las acciones, Belfort vendía todas las suyas en el mercado, recogiendo enormes dividendos pero provocando un desplome de su valor que dejaba a sus clientes sin un solo dólar.

A mediados de los 90, Stratton contaba con más de 1.000 corredores de bolsa que también se enriquecían con las maniobras.

En un momento dado, el propio Belfort alcanzó a amasar más de un billón de dólares, mientras su firma era reconocida como de las más grandes y poderosas en el centro de Manhattan.
Pero con los millones llegaron los excesos, que son casi objeto de leyenda.

Antes de cumplir los 30 años, el ‘Lobo’ ya contaba con una mansión a las afueras de Nueva York, avión y helicóptero privados y hasta un yate de 256 pies que le había pertenecido a la célebre diseñadora francesa Coco Chanel.

Belfort se volvió además adicto a las drogas. Dicen que, en sus fiestas, la cocaína se servía en bandejas y abundaban las prostitutas más cotizadas de la ciudad. En ocasiones armaba en hoteles bacanales que duraban hasta tres días y en las que se gastaba hasta 700.000 dólares por noche.

Fue en esa época cuando se divorció de su primera esposa y se casó con la supermodelo Nadine Caridi. Y también, los años en los que terminó hundiendo su lujoso yate durante unas vacaciones en Italia, al ordenarle al capitán salir a navegar en medio de una tormenta.

Los escandalosos rumores sobre su vida privada y las numerosas quejas que llegaban de clientes que se sentían estafados provocó una investigación, en 1998, del Securities and Exchange Commission (SEC) contra Stratton Oakmont y Belford. La firma fue clausurada y el segundo, acusado de un fraude que ocasionó pérdidas superiores a los 200 millones de dólares.

Tras varios años de negociaciones con las autoridades, fue condenado a cuatro años de cárcel y a pagar 110,4 millones de dólares en restituciones.

La sentencia fue posteriormente reducida a 22 meses por cooperar con la SEC identificando a sus socios y otras empresas que utilizaban métodos fraudulentos similares a los de Stratton.

El acuerdo prevé a su vez que Belfort entregue el 50 por ciento de sus utilidades anuales hasta que termine de pagar los 110 millones que les debe a sus antiguos clientes.

De estos ha pagado solo 11 millones, pero ha prometido entregar hasta el ciento por ciento de todas las utilidades que le entren por la película recién estrenada y por las ventas de sus libros.
Hoy, irónicamente, dicta cursos en los que enseña los métodos que lo hicieron un gran estafador, pero desde una óptica completamente diferente.

“No hay nada de malo en saber cómo se vende un producto, un servicio o a uno mismo. Sin embargo, yo alguna vez usé este método por las razones equivocadas y me perdí en el camino. Afortunadamente regresé a mis raíces y hoy entiendo que la mejor manera de ser exitoso en este negocio es ser ético. Entre más se es, mejor te va”, dice Belfort al iniciar una de sus famosas conferencias.
O, como dijo alguna vez, “para vender sigo siendo un lobo, solo que ahora ya no me escondo en una piel de oveja”.
Cercano a su personaje
El filme se estrena este viernes en las salas del país

Leonardo DiCaprio, también productor de ‘El lobo de Wall Street’, se reunió varias veces con Jordan Belfort para hablar sobre su vida y sus excesos. El actor le dijo a La W que Martin Scorsese, el director, quiso mantener una distancia con el excorredor de bolsa para poder tener su propio punto de vista sobre él; así que DiCaprio hizo las veces de “mensajero” entre ellos dos.

El objetivo con el filme era hacer un retrato muy aproximado de lo que se vivió en los 90 en Wall Street. “De manera muy consciente queríamos que esto fuera un análisis de las tentaciones y de la intoxicación que producen el mundo del dinero, de la indulgencia y del hedonismo”, afirmó DiCaprio en ‘Deadline Hollywood’.

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