No hace falta ser Beckham o Zuckerberg para unirse a este selecto club, pero sí tener una cuenta corriente tan abultada como la suya.
La primera vez que se hospedaron en un resort de esta cadena asiática ya no quisieron salir, ni aunque otros les prometieran más por menos o les lavaran más blanco. Desde entonces, a estos fieles se les llama adictos –el significado de junkie en inglés es drogadicto–. Pero no se imagine a jóvenes saltando de balcón en balcón de madrugada. Más bien a viajeros de gustos refinados, amantes del servicio más exquisito y del lujo discreto. Entre estos dependientes hemos localizado –y no porque la cadena presuma de los famosos que la frecuentan– a Pierce Brosnan, Mick Jagger, Mark Zuckerberg; que han tomado el testigo a mitos que pasaron varios días aquí como David Bowie o Lady Di.
Al frente de esta exitosa cadena hotelera se encuentra el magnate ruso Vladislav Doronin, del que apenas se sabía de su existencia hasta que inició –y terminó– una relación con Naomi Campbell. En febrero de 2014, compró la compañía junto con un socio con el que ha librado una batalla judicial por el control del negocio por 358 millones de dólares, 325 millones de euros al cambio actual. Doronin se llevó el gato al agua compitiendo con el coloso francés del lujo LVMH, entre otros.
Estos líos de tribunales contrastan con la naturaleza discreta de los Aman. Su fundador, Adrian Zecha, un periodista indonesio-holandés reconvertido en empresario, imprimió la máxima del menos es más en sus hoteles a partir del primero, Amanpuri, situado en una playa de Phuket, en Tailandia, desde 1988. Muchos empresarios copiaron su filosofía, que perdura hasta hoy.
Sus nombres suelen comenzar por Aman, que significa paz en sánscrito: Amankora, en Bután; Amansara, en Camboya; Amanpulo, en Filipinas… La mayoría se ubican en Asia, aunque en Europa ya han recalado cinco: Amanzoe, en Grecia; Aman Le Mélézin, en Francia; el mencionado de Venecia; Aman Sveti Stefan, en Montenegro; y Amanruya, en Turquía. El año pasado abrió en República Dominicana Amanera, el primero en un país de habla hispana. Y este año lo ha hecho Amanemu in Shima, en Japón. El año que viene se inaugurará el cuarto hotel de la compañía en China, cerca de Shanghái.
Es difícil hallar un Aman en el centro de una gran ciudad,
porque prefieren las playas remotas de Indonesia, Las paradisiacas playas de
Puerto Plata República Dominicana, la nieve de la estación de Courchevel (Francia) o el desierto de
Utah, en Estados Unidos. Las vistas que proporcionan
suelen ser de infarto porque el enclave importa, y mucho. Es
difícil olvidar una estancia en el Aman Summer Palace, a pocos pasos de la
puerta Este del Palacio de Verano de Pekín. O en las tiendas que forman el Aman–i–Khas,
en el umbral del Parque Nacional de Ranthambore, en el Rajastán indio. Por algo
el portal de viajes TripAdvisor está repleto de comentarios elogiosos hacia los
hoteles Aman. Pero cuidado, porque crean adicción.
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