En un pequeño pueblo, perdido entre colinas y campos verdes, vivía el Doctor Abelardo, un hombre de aspecto sabio y barba canosa. Su reputación se cimentaba en una política peculiar: cobraría 200 monedas de oro por cada consulta, pero si no lograba curar al paciente, él mismo pagaría 500 monedas. Este enfoque único le otorgó fama en toda la región y más allá.
Un día, un hombre astuto llamado Eustaquio escuchó hablar de la política del doctor y vio en ella una oportunidad para enriquecerse. Eustaquio no era conocido por su honestidad, sino por sus travesuras y artimañas. Decidió poner a prueba al Doctor Abelardo con una serie de artificiosos males.
Primeramente, llegó quejándose de un dolor insoportable en el estómago. El doctor, con una mirada aguda y la experiencia de décadas, le recetó un sencillo remedio. Eustaquio, decepcionado por la falta de complicación, pagó las 200 monedas y se retiró.
Sin embargo, la astucia de Eustaquio no conocía límites. Volvió días después, quejándose de fiebre y mareos. El doctor, siempre sereno, le prescribió una poción y le aconsejó reposo. Eustaquio, algo molesto por no poder engañar al doctor, pagó nuevamente las 200 monedas.
Pero el médico empezó a notar patrones en los síntomas presentados por Eustaquio. Intrigado, decidió poner a prueba sus habilidades y cambiar su enfoque. En la siguiente visita de Eustaquio, el doctor, con una sonrisa astuta, le dijo: "He descubierto la verdadera causa de tus males. No es el cuerpo, sino la mente. Necesitas encontrar la paz interior".
Eustaquio, confundido, le preguntó cómo hacerlo. El doctor le indicó que debía pagar 500 monedas, y a cambio, le revelaría un antiguo secreto para encontrar la paz interior. Eustaquio, cegado por la codicia, aceptó la oferta.
El doctor Abelardo recibió las 500 monedas y le susurró a Eustaquio: "La verdadera cura está en dejar de engañarse a sí mismo y a los demás. La honestidad y la paz interior son el remedio más efectivo". Eustaquio, sorprendido y avergonzado, se retiró del consultorio con una lección aprendida.
A partir de ese día, la fama del Doctor Abelardo se expandió aún más, no solo como un médico experimentado, sino como un hombre astuto capaz de enfrentar los desafíos con sabiduría y perspicacia. Y Eustaquio, aunque despojado de su fortuna, ganó algo mucho más valioso: la sabiduría de la experiencia y la lección de no subestimar a aquellos que combinan astucia con verdadero ingenio.
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