Será el Sereno…
En la época premoderna, cuando la noche se cernía sobre las ciudades y los pueblos, la figura del sereno emergía como un faro de seguridad y orden. Este personaje, tan arraigado en la cultura popular, tenía la importante misión de vigilar las calles y regular el alumbrado nocturno, que en ese entonces se componía de lámparas de aceite, cebo o queroseno.
El sereno, equipado con una macana y un silbato, se encargaba de patrullar su jurisdicción. La macana servía tanto para su defensa como para disuadir a los malhechores, mientras que el silbato era su herramienta principal para dar la alarma en caso de emergencia. Más allá de su función de vigilante, el sereno cumplía roles esenciales como anunciar la hora y el clima, proteger a la comunidad de robos y procurar mantener el orden público.
La figura del sereno se documenta por primera vez en 1715, un periodo en el que las ciudades comenzaban a crecer y la necesidad de mantener la seguridad nocturna se hacía cada vez más evidente. En un mundo sin la iluminación eléctrica que hoy damos por sentada, la presencia del sereno era sinónimo de tranquilidad y seguridad para los vecinos. De hecho, se cuenta que a la media noche, el sereno solía gritar "¡Las doooce y tooodo sereno!", una frase que anunciaba la hora y la calma en las calles. Esta costumbre podría ser la razón del origen de su nombre.
La presencia del sereno ofrecía un gran consuelo a los habitantes, quienes sabían que alguien velaba por su seguridad mientras dormían. Sin embargo, en momentos de incertidumbre, cuando alguien divisaba una figura en la distancia y no lograba identificarla, solía exclamar: “Será el sereno, pero no se ve su linterna”. Esta expresión refleja la mezcla de certeza y duda, encapsulando la tranquilidad que brindaba el sereno con la incertidumbre de no poder reconocer la situación claramente.
De esta manera, la expresión coloquial “Será el sereno” ha perdurado en el tiempo, convirtiéndose en una metáfora para describir situaciones de incertidumbre o duda. A pesar de que los serenos ya no recorren nuestras calles, su legado lingüístico y cultural sigue vivo, recordándonos una época en la que la seguridad nocturna dependía del ojo vigilante de un guardián solitario.
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