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Vencer al Azar

Juan Carela

El indigente, viejo Juan. "Los caminos difíciles a menudo conducen a hermosos destinos".

Una mañana, una mujer bien vestida se paró frente a un desamparado, quien lentamente levantó la vista y miró fijamente a la mujer que parecía acostumbrada a las cosas buenas de la vida.

Su abrigo era nuevo, de una de las mejores pieles. Parecía que nunca se había perdido de una comida en su vida. Su primer pensamiento fue: “Solo se quiere burlar de mí, como tantos otros lo habían hecho.”

“Por favor, déjeme en paz”, gruñó el indigente. Para su sorpresa, la mujer siguió enfrente de él. Ella sonreía, sus dientes blancos mostraban destellos deslumbrantes; su perfume de una fragancia incomparable, una de las más caras de París.

“¿Tienes hambre?” -preguntó ella. “No”, contestó sarcásticamente. “Acabo de llegar de cenar con el presidente… Ahora vete.”

La sonrisa de la mujer se hizo aún más grande. De pronto, el hombre sintió una mano suave bajo el brazo. “¿Qué hace usted, señora?” -preguntó el nauseabundo enojado.

“Le digo que me deje en paz.”

Justo en ese momento, un oficial de policía se acercó. “¿Hay algún problema, señora?” -le preguntó el oficial.

“No hay problema aquí, oficial”, contestó la mujer. “Sólo estoy tratando de ayudarle para que se ponga de pie… ¿Me ayudaría?” El oficial se rascó la cabeza. “Sí, el viejo Juan ha sido un estorbo por aquí por los últimos años. ¿Qué quiere usted con él?” Preguntó el oficial.

“Vamos al restaurante de allí”, - le dijo ella. Uno de los más finos y elegantes de la ciudad. “Yo voy a darle algo de comer y sacarlo del frío por un ratito.”

“¿Está loca, señora?” Exclamó el oficial. El pobre desamparado se resistió. “Yo no quiero ir ahí.” Entonces sintió dos fuertes manos agarrándolo de los brazos y lo levantaron.

“Déjame ir, oficial, yo no hice nada…”

“Vamos, viejo, esta es una buena oportunidad para ti”, el oficial le susurró al oído.

Finalmente, y con cierta dificultad, la mujer y el agente de policía llevaron al viejo Juan al restaurante y lo sentaron en una de las mesas del rincón. Era casi mediodía; la mayoría de la gente ya había desayunado, y el grupo para la comida aún no había llegado.

El gerente del restaurante se acercó y les preguntó: “¿Qué está pasando aquí, oficial?” “¿Qué es todo esto? ¿Y este hombre está en problemas?”

“Esta señora lo trajo aquí para que coma algo”, -respondió el oficial de policía. “Oh no, aquí no. Sáquenmelo de aquí”, el gerente respondió airadamente. “Tener una persona como esa aquí es de mal augurio para este negocio.”

El viejo Juan esbozó una sonrisa con sus pocos dientes. “Señora, se lo dije. Ahora, si van a dejarme ir? Yo no quería venir aquí desde un principio.”

La mujer se dirigió al gerente del restaurante y sonrió. “Señor, ¿está usted familiarizado con el banco…? La firma bancaria que está a dos cuadras de aquí?”

“Por supuesto que sí, lo conozco”, respondió el gerente con impaciencia. “Ellos tienen sus reuniones semanales en una de mis salas de banquetes.” “¿Y se gana una muy buena cantidad de dinero con el suministro de alimentos en esas reuniones semanales? Tienen sucursales en todos los estados del país, a veces se dan almuerzo de negocios de todos los gerentes de sucursales aquí, es el principal sostén de este restaurante…”, contestó el gerente.

“¿Y eso qué le importa a usted, señora?”

“Yo, señor, soy Penélope Hernández, presidenta y dueña de la mayoría de acciones de dicho banco.” “Oh, perdón”, dijo el gerente. La mujer sonrió de nuevo. “Pensé que esto podría hacer alguna diferencia en su trato.”

“Claro que sí, excelentísima dama, perdóneme. Es que este señor con esa fachada me ahuyenta a la clientela…”

El policía, que fuertemente trataba de contener una carcajada. “¿Le gustaría tomar con nosotros una taza de café? O tal vez una comida, oficial?” “No, gracias, señora”, replicó el oficial. “Estoy en servicio.”

“Entonces, quizás, una taza de café para llevar?” “Sí, señora. Eso estaría mejor.” El gerente del restaurante giró sobre sus talones de sus zapatos como recibiendo una orden. – “Voy a traer el café para usted de inmediato, señor oficial.”

El oficial de policía lo vio alejarse y opinó: “Ciertamente lo ha puesto en su lugar”, dijo.

“Eso no fue mi intención”, dijo la señora… “Lo crea o no, tengo una muy buena razón para todo esto.” Se sentó a la mesa frente a su invitado a almorzar. Ella lo miró fijamente…

“Juan, ¿te acuerdas de mí?”

El viejo Juan miró su rostro rejuvenecido de la alegría, con los ojos lagrimeantes. “Creo que sí – Digo, se me hace familiar”.

“Mira, Juan, quizá estoy un poco más grande, pero mírame bien”, dijo la señora... “Tal vez me veo más elegante ahora… pero cuando tú trabajabas aquí hace muchos años, vine aquí una vez, y por esa misma puerta, muerta de hambre y frío.”

Algunas lágrimas cayeron sobre sus mejillas… “¿Señora?” dijo el oficial. No podía creer lo que estaba presenciando, ni siquiera pensar que la mujer podría llegar a tener hambre.

“Yo acababa de graduarme de la Universidad en mi pueblo”, la mujer comentó. “Yo había llegado a la ciudad en busca de un trabajo, pero no pude encontrar nada.”

Con la voz quebrantada, la mujer continuaba: "Pero cuando me quedaban mis últimos centavos y me habían corrido de mi apartamento, caminaba por las calles, y era en febrero. Hacía bastante frío, casi muerta de hambre. Vi este lugar y entré con la esperanza de que pudiera conseguir algo de comer". Con lágrimas en sus ojos, la mujer siguió platicando...

Juan me recibió con una sonrisa. “Ahora me acuerdo”, dijo Juan. “Yo estaba detrás del mostrador de servicio. Se acercó y me preguntó si podría trabajar por algo de comer”. “Sí, y me dijiste que estaba en contra de la política del restaurante”.

Continuó la mujer… “Entonces, tú me hiciste el sándwich de carne más grande que había visto nunca… me diste una taza de café, y me fui a este rincón a disfrutar de mi comida. Tenía miedo de que te metieras en problemas. Luego, cuando te vi poner el precio de la comida en la caja registradora, supe entonces que todo iba a estar bien”.

“¿Así que usted comenzó su propio negocio?” El viejo Juan le preguntó. “Sí, encontré un trabajo esa misma tarde. Trabajé muy duro, y me fui hacia arriba con la ayuda del señor Jesucristo. Eventualmente empecé mi propio negocio que, con la ayuda de Dios, prosperó y ahora soy dueña de una de las más grandes redes bancarias del país.” Ella abrió su bolso y sacó una tarjeta. “Cuando termines aquí, quiero que vayas a hacer una visita al señor Martínez. Él es el gerente de la zona. Hablaré con él y estoy segura de que encontrará algo que puedas hacer en la oficina”.

Ella sonrió. “E incluso le dio un adelanto, lo suficiente para que puedas comprar algo de ropa y conseguir un lugar para vivir hasta que te recuperes. Si alguna vez necesitas algo, mi puerta estará siempre abierta para ti, Juan.”

Hubo lágrimas en los ojos del anciano. “¿Cómo voy a agradecer?”, preguntó. “No me des las gracias”, respondió la mujer. “A Dios dale la gloria. Él me trajo a ti.” Fuera del restaurante, el oficial y la mujer se detuvieron y antes de irse cada uno por su lado... “Gracias por toda su ayuda, oficial,” Dijo la Sra. Hernández.” “Al contrario”, dijo el oficial, “Gracias. Vi un milagro hoy, algo que nunca voy a olvidar. Y gracias por el café. “… Que Dios te bendiga siempre y no te olvides que cuando tiramos el pan sobre las aguas, nunca sabes cuándo será devuelto a ti... Dios es tan grande que puede cubrir todo el mundo con su amor y a la vez tan pequeño para entrar en tu corazón.

Cuando Dios te lleva al borde del acantilado, confía en él plenamente y déjate llevar. Sólo una de dos cosas va a suceder, o él te sostiene cuando tú te caes, o te va a enseñar a volar. El poder de una frase. Dios va a cambiar las cosas hoy y pondrá todo a tu favor. Dios cierra puertas que ningún hombre puede abrir y Dios abre puertas que ningún hombre puede cerrar…

Colosenses 3:23-24: "Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.”

"Los caminos difíciles a menudo conducen a hermosos destinos".


Cristo Viene Ya

««Los pensamientos de una persona en los cielos, hablan más fuerte que sus obras en la tierra». Juan 3:16 Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. La persona que ora tiene que tener la absoluta convicción de que Dios escucha sus plegarias y de que el Eterno puede hacer todo lo que desee cada vez que lo desee. .

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