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Juan Carela

Los deshollinadores judío: En el a tentado contra Charlie Hebdo en París

Contra el terror, educación. Contra las armas, la palabra. Contra la brutalidad, el pensamiento. Contra el fanatismo, los libros. Contra el miedo, la valentía. Contra el odio, el amor. Contra el fundamentalismo, la duda.

El fundamentalista piensa que está en posesión de la verdad, de la verdad absoluta. Una verdad por la que se puede morir y matar. No se cuestiona que pueda estar equivocado. No se hace preguntas. No duda. Está convencido de que todos aquellos que piensan de forma diferente están equivocados. Son estúpidos porque son infieles y son infieles porque son estúpidos. Los terribles asesinatos de París nos muestran de forma palmaria esa forma de pensar y de proceder. Dice el escritor Amin Maalouf, de origen libanés, que «ninguna causa es justa cuando se alía con la muerte»
El dogmático no admite la duda porque la considera una amenaza para su dogma. No puede haber resquicios por los que se filtre la interrogación. La verdad es apodíctica, es decir incondicionalmente cierta, necesariamente válida. Es monolítica, no admite puntos de vista.

En el libro Cuentos que mi jefe nunca me contó, de Juan Mateo, he leído al respecto una simpática y significativa historia que quiero compartir con mis lectores.

Un joven acude a un rabino para decirle que desea que le enseñe el Talmud porque todos los judíos que conoce son ricos y él quiere serlo. El rabino le dice que se encuentra en un error porque ser judío es una ideología, una religión y no un modo de hacerse rico. Cuando el joven se despide diciendo que buscará otro maestro judío que le entienda, el rabino le dice que le va a proponer cuatro cuestiones y que, si acierta una de ellas, accederá a enseñarte el Talmud.

El joven asiente entre curioso y esperanzado. Dice el rabino:

– Dos deshollinadores judíos se caen por una chimenea. Uno sale limpio y el otro sucio. ¿Quién de los dos irá a lavarse?

El joven contesta:

Es evidente que el que está sucio.

No, responde el rabino. Desde el punto de vista de la realidad irá a lavarse el que está limpio. Porque cuando el sucio mire al que está limpio, pensará: yo también lo estoy. Y cuando el que está limpio mire al que está sucio pensará que él también lo está. Por eso irá a lavarse.

El rabino procede a plantear la segunda cuestión:

– Dos deshollinadores judíos se caen por una chimenea. Uno sale limpio y otro sucio. ¿Quién irá a lavarse?

El que está limpio, contesta el joven con aplomo.

Pues no, dice el rabino, porque desde el punto de vista de la verdad, el que está limpio ve que está limpio y el que está sucio comprueba que está sucio. Así que irá a lavarse el que está sucio.


Atento, dice el rabino, porque solo te quedan dos posibilidades de acertar.

Le plantea la misma cuestión por tercera vez y el chico contesta sin vacilar pensando que esta vez su respuesta será la deseada.

Una vez el limpio y otra vez el sucio.

No señor, dijo el rabino, desde el punto de vista metafísico es imposible que dos personas que han caído por la misma chimenea, una salga limpia y otra sucia. Queda solo una posibilidad de acierto, dijo el rabino. Fíjate bien.

El rabino le plantea la cuarta y última cuestión. Y utiliza los mismos términos para hacer la pregunta. El alumno contesta de manera que considera inobjetable:

– Desde el punto de vista de la realidad el limpio, desde el punto de vista de la verdad el sucio y desde el punto de vista metafísico el problema no tiene sentido ya que no pueden salir de la misma
chimenea uno limpio y otro sucio.

El rabino contestó:

– Pues no. No tienes razón ya que, desde tu punto de vista, no puede haber dos deshollinadores judíos, ya que todos los judíos son ricos.

Hay muchos puntos de vista sobre la realidad, como nos muestra esta historia. Algunas personas se consideran en posesión de la verdad. Nunca piensan que puede haber en sus posiciones un resquicio de duda. Qué error.

Recuerdo una sentencia del Talmud que cuenta que en un debate controvertido un alumno del maestro emite una opinión bien argumentada sobre la cuestión. El maestro, después de escucharlo atentamente, dijo:

Tienes razón.


Inmediatamente pide la palabra otro alumno que, de forma ordenada y clara, expone su opinión sobre el tema expresando la idea opuesta a la de su compañero.

El maestro apostilla:

Tú también tienes razón.

Un tercero levanta inmediatamente la mano para decir lo siguiente:

¿Cómo puede ser que quien da una opinión tenga razón y el que da la opinión contraria también la tenga? Eso es imposible.

El maestro se dirige a este último interviniente y, con gran calma, le dice:

Tú también tienes razón.

Pensar que uno tiene toda la razón es echar raíces en el terreno del error. No admitir la duda es un signo inequívoco de fundamentalismo.

En el libro La librería de los finales felices se dice (cito de memoria): No discutas con un idiota, porque te llevará a su terreno y te ganará por experiencia». El idiota piensa que la razón es propiedad suya. Cree que solo él tiene la verdad. Y por eso no es capaz de abrirse a cualquier otra. Al idiota le parece un sinsentido el título del interesante libro de Sascha Arango La verdad y otras mentiras. El idiota confunde pereza de pensamiento con firmes convicciones.
Querer imponer la razón en un serio obstáculo para comprender la realidad. Por el contrario, tener en cuenta otros puntos de vistas, otras perspectivas de la realidad nos enriquece y nos permite comprender.

La verdad es poliédrica. Tiene muchas aristas, muchas perspectivas, muchos matices. A la verdad le vienen bien las expresiones «depende», «según y cómo», «desde ese punto de vista», «en mi opinión», «según creo», «me parece», «quizás», «podría ser»
Quienes se aferran a dogmas, no suelen soportar que otros los tengan. Lo decía claramente aquel fanático entusiasta:

Me molestan mucho las personas dogmáticas, porque aquí no hay más dogmas que los míos

Nicolás de Cusa hablaba de la docta ignorancia. Antes lo habían hecho San Agustín y San Buenaventura. La docta ignorancia es el conocimiento de los límites de nuestro saber, es la conciencia de nuestra ignorancia, es la actitud prudente del sabio ante las limitaciones de nuestras facultades. El que sabe mucho, sabe también cuán grande es su ignorancia. Por eso los sabios suelen ser humildes y los necios, petulantes. Lo explico con este sencillo símil. Imaginémonos que lo que sabe una persona se encierra en un círculo diminuto. Pues bien, los límites con la ignorancia, que es el espacio que rodea ese círculo, son muy pequeños. Si lo que uno sabe se encierra en un circulo mayor, el contacto con lo que no sabe es también más grande. Y si el círculo del conocimiento es enorme, será también enorme la sensación de estar en contacto con muchas cosas que se desconocen.

Por eso, creo que la lucha contra el dogmatismo no está en las armas sino en los libros, no está en la guerra sino en la educación.


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Cristo Viene Ya

««Los pensamientos de una persona en los cielos, hablan más fuerte que sus obras en la tierra». Juan 3:16 Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. La persona que ora tiene que tener la absoluta convicción de que Dios escucha sus plegarias y de que el Eterno puede hacer todo lo que desee cada vez que lo desee. .

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