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Juan Carela

Cómo explicar lo inexplicable: un cisne negro en cualquier esquina


Los seres humanos somos capaces de llegar a la Luna, de erigir edificios, puentes, catedrales y monumentos impresionantes, de vencer a terribles enfermedades, de construir vehículos y artefactos asombrosos, de descubrir las leyes de la naturaleza, de producir conmovedoras obras de arte, de elaborar un maravilloso intangible como la música. Y también somos capaces de producir terribles instrumentos que provocan muerte y destrucción. Somos capaces de muchas cosas, menos de una: vivir en la incertidumbre, carecer de explicaciones para lo que nos ocurre y nos rodea. Nos resulta insoportable lo aleatorio, el imponderable, lo impredecible. Buscamos y creamos modos para bloquearnos contra ello.

La tecnología nos ofrece promesas en ese sentido. La ciencia también. Nos brindan ilusiones de seguridad, de inmortalidad, nos prometen el fin de las enfermedades, la eliminación de los riesgos, drogas milagrosas, un repuesto para cada órgano y cada miembro de nuestros cuerpos. Y en paralelo con esto, momento a momento se nos ofrece un nuevo seguro contra cada riesgo, real o imaginario, cierto o incomprobable. Una sutil contradicción entre la utopía de la seguridad absoluta y la inmortalidad por un lado y la amenaza de lo incierto por el otro.

Por supuesto, hay cosas que se pueden prever. Pero previsiones y profecías no son lo mismo. Lamentablemente muchas de estas últimas se confunden con las primeras. 

Pese a todo, lo único cierto fue, es y será la incertidumbre. Navegando en ella evolucionamos y llegamos hasta aquí. Pero no aprendimos a aceptarla. Es una pasajera que nos incomoda y nos angustia. Lo mismo ocurre con lo incomprensible. Creamos explicaciones de manera serial para protegernos de su existencia. Esta necesidad de prevenir lo azaroso y de explicar lo impenetrable produce lo que los psicólogos del comportamiento y los estudiosos de la probabilidad llaman sesgos cognitivos. Son atajos del pensamiento, ejercicios de la mente que nos llevan a explicaciones tranquilizadoras por el camino más corto, independientemente de que esas cortadas se salteen evidencias de la lógica, de la comprobación o de la realidad.


PROFETIZAR EL PASADO
 
Nassim Nicholas Taleb, ensayista libanés establecido en Estados Unidos, fue varios años asesor financiero antes de convertirse en un lúcido analista de probabilidades y en un filoso ensayista. Es el creador de la categoría de “cisne negro”. Así llama a esos acontecimientos que, a pesar de escapar a todas las previsiones y posibilidades lógicas, se producen y existen. Un “cisne negro” no es predecible hasta que aparece. Todos los cisnes son blancos, demuestran durante siglos las estadísticas, los estudios biológicos e incluso las investigaciones zoológicas. Pero un día, en la laguna menos pensada aparece un cisne negro. Es el momento en que todo lo que se sabe y se dice sobre estas aves pierde su sustento. ¿Qué hacer? Se crea lo que Taleb denomina una “posdicción”. Al revés de las predicciones, que anuncian lo que ocurrirá y exponen por qué, las “posdicciones” intentan explicar las razones del “cisne negro” presentándolas como si hubieran sido previstas e incluso anunciadas. Son formulaciones como “yo lo sabía”, “estaba calculado”, “lo habíamos advertido”, etcétera. El problema es que si se buscan aquellos cálculos y advertencias previas no aparecen por ningún lado. Es que no existían. El “cisne negro” no habitaba ni en la más audaz imaginación.

A pesar de esto las “posdicciones” prenden, porque generan una tranquilidad, por cierto artificial, que parece fundamentada. La economía, el deporte, la medicina, la política y hasta los juegos de azar están habitados por legiones de “posdictores”, que disparan excusas muy bien disfrazadas de conjeturas y de sólidas tesis. Como advierte Taleb, muchos de ellos, una vez que logran instalar su hipótesis (presentándola casi como una prueba científica), pasan a la categoría de predictores. Despliegan nuevas teorías y estadísticas para prevenir acerca de lo que ocurrirá en el futuro y cómo afrontarlo. El temor a la incertidumbre y la poca o nula tolerancia al imponderable suelen trabajar a su favor. Sin embargo, el autor de “Antifrágil” (así se titula otro trabajo de Taleb) actúa nuevamente como aguafiestas. Lo que va a ocurrir, dice, no se puede ni prevenir ni explicar. La razón es muy sencilla: no ocurrió. No hay una sola evidencia acerca de sus mecanismos y causas. Y construir predicciones o aventurar probabilidades a partir de las conclusiones obtenidas de un hecho anterior es más que aventurado Las causas de lo ocurrido operan hacia atrás, no hacia adelante.

EL AZAR NO TIENE MOTIVOS

En el afán de escapar a lo que no se conoce o no se puede controlar, dice Taleb, se desarrollan algunas falacias lógicas. Por ejemplo, se le llama habilidad a la suerte. Se atribuyen talentos imaginarios y no demostrados a alguien que (en cualquier ámbito, sea deportivo, empresarial, político, artístico, etcétera) tuvo suerte, y de inmediato se intenta explicar y repetir su “método”. Aparecen biografías “demostrando” que lo suyo fue producto de estrategias inteligentes y se ofrecen recetas basadas en su “idoneidad”. Por supuesto, el golpe de suerte no se repetirá y pronto todos los que buscaron replicarlo irán en busca de lo que Taleb, con su filoso lenguaje, llama “otro idiota con suerte”.

Otra falacia lógica consiste confundir azar con determinismo. Esto ocurre cuando se toma un hecho absolutamente azaroso e inexplicable y se le adjudican causas necesarias e inevitables. A partir de ellas nuevamente se construyen sesudas teorías. La no aceptación del azar, de lo imprevisible y de lo incierto lleva a la compulsión de encontrar un significado a todas las cosas. Se desarrolla el “furor interpretandis”, una irrefrenable vocación por el simbolismo que impide ver lo simple y obvio y lleva a considerarlo como símbolo, causa o anuncio de algo que no está en la realidad evidente, sino en la mente del interpretador. O de sus creyentes.

Sabemos que la mayoría de los cisnes son blancos. Pero existen los cisnes negros. Su aparición no niega a los blancos pero evita que se tejan teorías falsas sobre la exclusividad de los mismos. Siempre nos espera un cisne negro a la vuelta de la esquina, pero es inútil que lo busquemos de antemano.

Estos y otros sesgos cognitivos muy extendidos pueden explicar resultados electorales, deportivos o económicos alejados de todas las predicciones, encuestas, y sesudos diagnósticos y análisis previos. También la asombrosa recuperación de algunos enfermos enfrentados a sombrías perspectivas. Y la repetición de muchos errores, algunos de ellos trágicos, en todos los campos.

Por supuesto, hay cosas que se pueden prever. Pero previsiones y profecías no son lo mismo. Lamentablemente, muchas de estas últimas se confunden con las primeras. Como señalaba el austríaco Karl Popper, gran pensador y filósofo de la ciencia, sólo se puede aceptar como correcto aquello que fue “falsado”, es decir contrastado y refutado. Es así como la ciencia y el pensamiento producen descubrimientos e ideas que se sostienen en el tiempo. Sabemos que la mayoría de los cisnes son blancos. Pero existen los cisnes negros. Su aparición no niega a los blancos pero evita que se tejan teorías falsas sobre la exclusividad de los mismos. Siempre nos espera un cisne negro a la vuelta de la esquina, pero es inútil que lo busquemos de antemano.

Cristo Viene Ya

««Los pensamientos de una persona en los cielos, hablan más fuerte que sus obras en la tierra». Juan 3:16 Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. La persona que ora tiene que tener la absoluta convicción de que Dios escucha sus plegarias y de que el Eterno puede hacer todo lo que desee cada vez que lo desee. .

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